Querido H.,
Encuentro rutas diferentes para llegar a tu universo. Ocurre de manera accidental, ahora te cuento.
En la semana tuve oportunidad de estar frente al mar embravecido, descifraba los patrones de movimiento de las grandes olas, una invasión silenciosa perdió mis sentidos, flotaba en medio de las olas que me alejaron de la orilla, una especie de tranquilidad invadió mi cuerpo. Era un buen lugar para quedarse dormida, cerré los ojos y al instante, me vi frente al reloj Dèco de tu casa. Las voces perrunas que hacen eco en ese rincón cuchichean a mi oído. Cuando estuve consciente de lo que pasaba, mis hijas sostenían mis brazos, una de cada lado me ayudaba a salir del mar. Quedé por largas horas tumbada en el camastro, esa sensación de ver mis huellas por tu casa provocó un delicioso cansancio.
Otra ruta la descubrí cuando acaricié a “Perry”, una cocker que está conmigo desde hace nueve años y conoce mejor que nadie todos los caminos, su mirada profunda me mostró el túnel con una sola salida, la mirada de Valentina. Fue un viaje sorprendente, primero oscuridad y luego una ventana que dejaba filtrar la luz. La música de Kenny Burrell fue mi guía, tú estabas a unos metros. Te grité, ¡Humberto, aquí! Con fuerza golpeé lo que parecía un gran cristal, creo que Valentina escuchó mi voz porque se puso atenta y empezó a chillar. Se acercó a ti, te pareció extraño su comportamiento porque ella es bien portada, no entendiste lo que te decía con su aparente malestar. Pobrecita Valentina, sentí su temblor, y le dije ¡Valentina, no te espantes! con la voz más tierna que pude. Su respuesta fue eficaz, se recostó junto a la puerta moviendo su colita de lado a lado. Estabas en la cocina dando textura a tu ensalada, a la combinación de espinacas, pimientos de colores y aceitunas, sucumbió mi paladar. Volví a gritar y Valentina ladró. ¿Tienes hambre? Le preguntaste. Limpiaste tus manos con el trapo de la cocina y llenaste su plato con ricas y deliciosas croquetas que acompañaste con parte del pollo aderezado para tu ensalada. Creo que Perry fue capaz de percibir los aromas porque provocó su apetito y bruscamente me regresó.
Mi cuarto azul es otro camino, este espacio es infalible, es como una dimensión en el tiempo. Me conforma como moléculas de aire. El ozono y el argón ayudan a tomar altura, por eso viajo con mayor velocidad, me dan la capacidad de deslizarme por cualquier ranura, pero no te preocupes, he aprendido a respetar la intimidad. Me doy cuenta de que tanto tú como yo tenemos un lugar para hacernos invisibles. Tú tienes un sillón azul. Creo que sólo ahora te das cuenta, ese espacio es el triángulo que te hace centinela, les quita el sonido a las palabras, por eso crees que me hablaste; ahora sabes la verdad, es el lugar de espera donde el infinito se hace posible. Yo tengo mi cuarto azul. Fue construido para descubrir las historias secretas que esconde el mundo. Es un espacio transicional que traduce el dulce soplo del viento, “buuuuuuu”, en tiempo. Sirve para sentir la tierra desde su aura. Su arquitectura obedece a los principios acústicos de David Lubman y su función, como explicarían Deleuze y Guattari, es llenar mi libido. Energía fundamental, espacio potencial que me hace renacer de todas las muertes y diseñar la úvula bífida que multiplica mi habla. En este territorio he comprendido que no soy objeto suprimido (Klein de Julia Kristeva) porque me gusta descubrir lo inconsciente.
Y ya que soy invitada a tu casa, te pido me des permiso para dejar en uno de tus capelos un objeto elemental, mi pluma milimétrica a la que nunca se le acaba la tinta, tiene el poder de hacer escritura en cualquier tipo de textura. Dijo quien me la ofreció en una tienda de antigüedades que encontré en la calle de Lagasca, Madrid, España, que fue elaborada por Ladislao José Biró. Pluma que nadie explica cómo llegó a manos del artista Edward Hopper a los cinco años y que sirvió para hacer su boceto “Niño pequeño mirando el mar”.
Por esta ocasión me despido de ti, mi querido maestro- amigo, alegre porque de todos nuestros encuentros esta vez creamos otra frecuencia armónica. Tienes razón, compartimos más que palabras, no me mortifico porque sé cómo encontrarte. No te cause extrañeza si consigues escuchar mis susurros, si la mesa está puesta para celebrar nuestra amistad o sentir la mirada que dejé pegada a las paredes de tu estudio.
Hasta siempre,
M.
P.d. Que tu entusiasmo nunca desista, sigue participando en la construcción de un mundo mejor.