Querido H.
Te conocí en el 2006 y es un acontecer agradable volver a mirarte en esta dinámica, y aunque sea en la pantalla, reconocer tus gestos, tu voz y esa forma tan elocuente y dinámica de decir cosas. Mirarte de alguna forma atropellada y cargada de emociones, me llevó a esa época en la que fui estudiante de la Escuela de Bellas Artes.
En aquel tiempo, no recuerdo haber pensado en el tema del amor como algo importante. El amor, más que un tema, me atravesaba de la manera más inocente, ya que constantemente lo iba descubriendo. Tuve un gran amor que también fue mi gran compañero, amigo, camarada, cómplice, amante. Estuvimos juntos seis años inmersos en esa ansia del descubrir lo que venía; hacíamos planes, jugábamos, no sabíamos en aquel entonces que al cabo de los años íbamos a tener pláticas, mensajes con leguajes moderados, con memoria de amor de otro tiempo; tampoco nos deteníamos para saber si era o no amor lo que había entre nosotros. Asistimos juntos a tu taller de instalación, leímos a Baricco, a Perec, a Ouspensky. Nos volvíamos locos por tratar de entender tantas palabas que desconocíamos. Hicimos un par de instalaciones en aquellos años. Cuánto cariño se revela en esos actos de compartir y descubrirse en el mundo desde lo íntimo, desde el hacer.
Hace días que inicié a garabatear lo que iba a ser esta carta. Me entró el ánimo por abrir algunas cartas que tengo guardadas, varias de ellas firmadas por Allan y en las que me dejó por escrito su cariño, su deseo, también su dolor y su hastío de mí. Nunca antes supe qué tan amada había sido.
También me detuve a leer cartas de mi padre, de mi madre, de mi hermano y de otros amores de otra época, e incluso una carta mal hecha que no he entregado, que empecé hace un par de meses y va dirigida a Iván (creo aún mi pareja); encontré caligrafías distintas, sobrenombres. Como ejercicio amoroso y sin ponerlo en el papel, las respondí todas; me sentí como una bruja a la medianoche, haciendo algún tipo de ejercicio de magia, apareciendo y reapareciendo, jugando al tiempo.
Aquí entre nos, reconozco que-no-sé-qué- es el amor, no sé cómo abordalo o quizás sea simplemente que no lo sé poner en palabas. Asimismo quiero afirmar que me he enamorado todas las veces que me ha sido posible, aun sabiendo lo agotador y doloroso que se convierte sostener ese sentimiento.
Pensando en el tema del amor, vinieron a mí múltiples palabas y narraciones de situaciones en las que podría tematizar eso que pienso sobre el amor; descripciones que sólo se acercan y que dejan esa sensación de que algo falta por decir: diálogos, imágenes, sensaciones que van desde momentos hermosos y terribles conmigo misma o compartidos con parejas, hasta imágenes diversas, como la mirada de mi padre, la sonrisa de mis hermanos, la voz juguetona de mi madre, mi oficio.
Mírame aquí, terminé con los ojos escurriendo, una mezcla de sabores en la lengua y sonriendo, querido Humberto. Llevo días sintiendo un agujero en el vientre, como si algo estuviera saliendo. Hace días vi a Iván, hablamos de lo mal que hemos llevado estos últimos meses y, al final de toda esa plática, él me dijo, con su voz calmada, “pero… aquí estamos”, y yo le volví a sonreír, sintiéndome así tan simple, estando en el lugar común. Esa tarde comimos pan y arroz, brindamos con cerveza y agua, nos acariciamos como hacía mucho que no lo hacíamos, con la risa, con los ojos, con el cuerpo entero. Al mirar nuevamente a mi lado su rostro alargado pensé, ¿cómo es posible que le tenga amor a este ser que en nada responde a mis imaginarios, que me hace sentir con la garganta encabronada? Pero claro, va pasando el tiempo y en esos múltiples encuentros en los que me he descubierto sorprendida ante un otro, he aprendido que hay tanto amor en el aceptar y el recibir, y con esa misma aceptación, permitir que el otro sea y permitirse ser, renunciar a querer sólo la parte complaciente del mundo, la que no duele o confronta.
Lo mismo me ha pasado en el arte, en mi oficio en el que me descubro con la intención de sólo estar ahí, en la hoja en blanco, en el bastidor, vaciada en la palabra, como en este momento, con la esperanza de que un otro me reciba y me responda,
——————————-aquí estoy————————————-
y que así sucesivamente, mágicamente, suceda algo.
He aprendido a pasar mucho tiempo en silencio. Desde muy joven he sido una muchacha solitaria. Hace algunos años me causaba angustia no poder tener más frescura al convivir con los demás, aprendí a relacionarme desde el dibujo y la mancha, desde el silencio. Con el tiempo se convirtió en un modo que disfruto mucho.
Ahora estoy aquí sentada, hay mucho más espacio y silencio que otros días, tanto que puedo escuchar la voz de algunos paseantes que andan en la calle y los ladridos de un perro que no conozco, lejano. Quiero que sepas que me ha conmovido sobremanera pensar en escribir una carta teniendo en las manos el tema del amor, este acto me llevó a reconocerme en un estado de búsqueda de encuentro con el mundo, con los otros. El amor, como todos los temas, es un medio para permitir que el otro, con su propia naturaleza, llegue e irrumpa; para darle vueltas y retorcimientos al mundo y a las cosas. Escribirte desde aquí y ahora es un acto que en sí, ya es amoroso.
En esta habitación hay una luz que se cuela sutilmente por la ventana y las aves afuera cantan.
Gracias.
Deseo que tu entusiasmo por compartir y recibir sea infinito.
Con cariño desde este lugar,
M.
Toluca, septiembre, 2020
P.d. Desde la primera palabra puesta, he sentido un agujero en mi vientre, aunque no se vea.