De M. para H.

Casa – galería

Querido H.:

Tengo la creencia de que las distancias no existen cuando alguien es capaz de imaginarte, así que en este momento soy la intrusa que entra a tu casa porque te pienso.

Afino mis sentidos para percibir la atmósfera que provocas con la luz ámbar que ilumina tu casa, es como si todo estuviera encapsulado. Siento el tibio aire que produce el abanico que se encuentra en la sala para refrescar el ambiente. Miro la hermosa escultura de Jean Louis Corby que tienes al costado de la ventana y hasta podría afirmar que me parezco a la mujer de Matthias Verginer que colocaste en el librero.

Mientras la noche cae silenciosa por esa Mérida que te cree ajeno o, como dices, demasiado chilango, recorro los espacios parlantes de cada habitación. Las texturas y los colores son una invitación a quedarse estacionada. Me dejo atravesar por la lúdica estética que construiste en este lugar y que marca tu existencia emotiva.

Con tranquilidad, como si estuviera en una pequeña galería, veo la colección de arte objetual que habita tu casa: el cuadro del perro negro que no deja de observarme, aquella imagen de tu garganta roja cuando se te fue el habla. Quizá estés haciendo el ejercicio de caminar en la noche porque no logro encontrarte. Iré rumbo a la biblioteca de la ciudad, desde donde tú y Michael nos encuentran cada miércoles. En el recorrido atestiguo que la noche es azul marino y que el árbol que describiste en tu carta sigue allí, como fiel testigo de tus travesías.

Reconozco que tienes razón, los perros aquí tienen el hábito de mirar al vacío, aquietan sus colas en señal de que están alertas, las orejas las respingan como dos radares que te reconocen, pero cuando encuentran tu mirada huyen despavoridos, tal vez crean que soy un fantasma. De lo que no hablaste, es de la altivez con la que caminan las personas, ajenas a la noche, a la música, a los perros y a las estrellas; parecen que temen a los desconocidos, pero ni cómo hacerles saber de mi presencia para que sepan que lo sé, que ya me di cuenta.

Te imagino salir de la biblioteca después del seminario “Voces epistolares”, cargar con tus cosas, tus hojas llenas de notas, despidiéndote de Michael, revisando si acaso vuelve la mirada, aunque sabes que Michael es de los que se alejan silenciosamente y no causan turbulencias. Me gustaría preguntarte si todos los días haces el mismo recorrido, pero estoy segura de que no sabrías qué contestarme porque seguramente cuando caminas haces cartas o piensas en la pragmática que hicimos de la lectura o en lo inquietante que te resultaron algunos comentarios.

Amélie Nothomb me puso a pensar cuando sintió emoción e inquietud con las palabras de Melvin, le dijo que con ella todo era posible. Yo te hice una carta que tal vez te causó la misma incomodidad, pero nunca fue mi intención, incluso esta visita que ahora te hago. El motivo es expresar que, a través de imaginarte y escribirte, has hecho que con tu forma de vida se te reconozca como el hombre que hace pensar. Es una verdadera lástima no encontrarte, pero si hubiera sido posible, te diría que no siempre se tiene la oportunidad de agradecer a la gente lo bueno que produjo en tu vida. No sé si vuelva a encontrarte, pero me infundiste a través del tiempo el amor al conocimiento, me regalaste tus palabras y no te digo que por ello haya sido feliz, pero sí tengo un zoé aríste, porque reconozco la capacidad de construirme.

No quiero que te sientas incómodo, por favor, creo que es lo justo: te has ganado mi reconocimiento y quedarse callado no es lo correcto. Es verdad lo que te dije en aquella carta que bajé para no hacerte sentir mal, eres una especie de Prometeo, nos has dado otra luz más potente que el fuego, la de razonar. Es un acto de amor, por cierto, el más legítimo porque no hay interés alguno. No me imagino otra forma de vida más digna que esta que nos enseñas y que en mí provoca el deseo de hacer sonoridad.

Sigue, maestro, espero que en otra ocasión que te piense logre encontrarte o tal vez sería mejor encontrarte en el camino.

Con agradecimiento,

M.