Yo te deseo que salgas, que logres que te sucedan historias; que las trabajes, que las riegues con tu sangre, con tus lágrimas y con tu risa, hasta que florezcan, hasta que tú misma estalles en floración.
Clarissa Pinkola Estés
M.
Cuando leí tu carta por primera vez tuve muchas imágenes del año en el que me mudé a vivir sola, 2011, impulsiva y en palabas de mi madre, rebelde. Contaba con lo necesario y también pensaba que no necesitaba más, o creo que me conformaba con poco: una cama, mi caballete, una mesa y algo con que cocinar. La primera visita que tuve fue de una amiga que constantemente me peguntaba sobre el miedo y sobre lo que comía. No tenía miedo, hambre sí, de muchas maneras. Es lindo mirar-me desde este lugar que muchas veces pienso tiene cosas-de-más, acumuladas; eso me incomoda y me incomoda más no poder poner todo en una caja, cerrarla y deshacerme de ella. Ahora que lo escribo me resulta mucho más pesada esa carga, ya que me hace pensar en esa manera a veces inocente o involuntaria de necesitar un algo a lo que apegarme o de lo que sostener-me o significar-me. Las palabas de Humberto en su carta anterior me siguen resonado:
-a veces andamos buscando a quien se deje para descargar ahí un imposible-
ideas, cosas, un amante, una casa, una planta.
Decidí salir de casa de mi familia con el sentido de estar sola y aún no he logrado responder al porqué de ese deseo, lo que sí sé es que desde muy chica tenía esa sensación de no-lugar o no-pertenencia, lo que me lleva a pensar que hay algo quizá en la naturaleza de algunos seres que los lleva a necesitar aislamiento. Pero también y por inercia resistimos, y esa tensión entre el irse y el quedarse se convierte en un miedo: el llamado miedo a la soledad. Me he sentido sola, -sí muchas veces, he tenido miedo, sí-muchas veces, luego, eventualmente, nos llenamos de cosas que hacer y nos dejamos habitar por personas en las que soportamos el miedo, ¿te ha pasado?
“¿por qué estudié arquitectura si nunca he tenido una casa?”
Pienso que hacemos lo que hacemos sin saber en el fondo si es verdad que lo queremos. Me gusta tu pregunta, resolver eso es en gran medida lo que nos mantiene haciendo lo que hacemos. Cuando salí de casa de mis padres yo no quería una casa, yo quería un taller y vivir en uno. Luego, al cabo del tiempo, me fui llenando de bastidores, pinturas, y papeles con líneas y manchas que no sé si me gustan; incluso he llegado a pensar que son feas, lo cual me angustiaba en años anteriores, hasta que hace poco entendí que no me interesaba en sí el objeto final, la “pieza” o la pintura como fin. Más bien me interesa estar ahí, en el taller, mientras el tiempo y lo que transcurre sucede. Así aprendí a habitar sin adornar, desgastando, y con el paso del tiempo este espacio se convirtió en trinchera, cuerpo, hogar.
En el espacio se juegan las relaciones de poder, de ahí que una gran parte de las propuestas feministas aborden la explotación y el abordaje del espacio para enunciar su apropiación; de ahí la relación casa–cuerpo, cuerpo–casa. Si pudiera construir una casa se parecería a este mapa que más abajo anexo. Te confieso que poco sé de crear estructuras, y cuando apenas logro vislumbrar un orden, termino tirando las paredes y borrando las oraciones… también confieso que me gustaría adornar este hogar.
Me gustan las cartas que elegiste, tomé una al azar la noche anterior, el loco, carta 0 o el iniciador, la tomé pensando en tu pregunta, yo prefiero la valentía para aceptar que no soy distinta…
¿Te has dado cuenta de que las flores-florecen aun sin que las mires? Luce Irigaray dice en alguno de sus textos que antes de salir de la caverna hay que ir hasta el fondo de ella, a la oscuridad total. En el fondo está la mejor tierra para sembrar.
Deseo que florezcas en tu nuevo hogar.
Con cariño,
M.