Junio, 30, 2021
Pedro,
Mina no es el nombre que me escogieron mis padres. Papi le propuso a mami nombrarme con el suyo para recordarla siempre. Ella claro que lo aceptó.
7 años después se divorciaron, muchas infidelidades de él la llevaron a ser la primera divorciada de su familia.
Él nunca me llamó como a ella. El diminutivo cariñoso —y difícil de evitar en Cuba— primó.
Ellos se siguieron convocando hasta un par de horas antes de morir ella. Fue él quien la llevó al hospital en su descacharrado carro. Yo era su copiloto.
Por años, mi hermana y yo peleábamos por ese lugar en su carro, casi siempre llegué primero a esa puerta.
El alias con el que me identifico me lo escogió un amigo poeta —y mi primer esposo—, par de horas después de conocernos. Tal vez su eufonía fue la que nos condujo a revolcarnos entre sus sábanas azules.
Fíjate que la palabra eufonía nunca la había usado. Sí su antónimo: cacofonía.
¡Y la uso mucho en un diapasón libérrimo! Para sonidos, colores, temperamentos, energía.
Hace años, hice el libro Maestros Distinguidos para la SEGEY. Reunía a los merecedores de este reconocimiento creado por el Estado en 1980. Con él distinguen a maestros que hicieron olas, también de forma póstuma.
El libro tuvo 35 capítulos, uno por cada maestro reconocido. En la ilustración que le encargué a un estudiante para cabeza de capítulo, aparece Urzaiz con su pelo escaso, ojos claros y barba blanca.
Mi segundo esposo —también barbado— estudió con su nieto y sirvió de enlace para que Lo y Lu lo conocieran. Ellos estaban haciendo investigación de campo con todo lo que pudieran conectar desde y por Eugenia, novela que interpretaron en una instalación que incluyó performance, textos, objetos, proyecciones, video mapping.
La pieza la estrenaron en la sede de un grupo de danza contemporánea en la calle 51 del centro —la primera calle donde viví en Mérida. Hubo 2 funciones. Sobre la ancha duela de madera, bajo el techo alto de la bella sala, también estuvo La.
La es el hijito pequeño, inquieto y de pelo blanco de Lo y Lu. Se escapó de los brazos de su madre para circular por un rato entre las luces de la proyección que su padre dirigía. Él, con camisa blanca bien planchada, su buena dicción y acento cubano leía un texto en donde se mezclaban fragmentos de Eugenia con los suyos. La interrupción fue corta pero nos alcanzó para oír sus griticos alegres antes de ser regresado al abrazo contenedor.
Por ellos conocí la novela; no la he leído tampoco. Los fragmentos que picoteé no me embullaron a seguir. Ahora no puedo separarla de la experiencia instalativa, polifónica, de proyecciones múltiples, y transportada hasta la distopía actual. Entonces… se me queda y queda y la cierro.
Lo lleva rato guiando un seminario de ciencia ficción en el CENIDIAP en el DF. Lu ha hecho de todo con las imágenes. A ellos los extraño.
En Villautopía resistimos desequilibrados, y como fichas redondas, al mundo feliz. Lu y Urzaiz nacieron en la Villa de Guanabacoa en La Habana. Nosotros —mi familia nuclear— vivimos 18 años ahí.
Te dejo un fragmento de la Eugenia de Lo y Lu.
Mina