Mayo, 27, 2021
Rafael,
Hace años nos cruzamos en expos, casas de amigos en común, cafés, la librería de H.C., el slow food; y nos evitamos.
¿Estuviste en aquella opípara cena y fiesta de despedida del milenio, en la hacienda de S.B.? Te he visto en su paraíso.
A ella quiero llamarle desde que empezó este encierro. Lo olvido.
Cuando leí la carta que le enviaste a E., sentí que leía algo escrito hace lustros; cuando la releí esta noche, voló hasta hoy.
La primera vez la encontré izquierdosa, esa postura de varios intelectuales latinoamericanos, norteamericanos y europeos que lamentan a lo que hemos llegado después de haber perdido todas las utopías. En la segunda ojeada, leo ese mismo desencanto matizado de cinismo —¿resignación?—, con éste me identifico.
En la sesión pasada no estuviste físicamente, pero un buen rato nuestra conversación giró acerca de tus opiniones y tu postura en el segundo Lab. Las interpretamos como enojo y/o disgusto (o similares), y dieron pie a una intensa polémica sobre la relación entre realidad, ficción, mito, autor, lector, intención, juego. ¡Todo un Lab!, no analizábamos larvas y virus, bajo la lupa estaban las palabras y dibujitos que nos llevaron y sacaron —a unos más que otros— de una cárcel en las que encerraron a un hombre por hacer algo ilícito, por razones políticas.
La ley. En las utopías se mata, encierra o expulsa al que no está de acuerdo con el ideal que ha juntado a quienes las proclaman. Fui juez y parte de una, de un experimento social que tuvo bastante influencia de los kibutz agricultores y colectivistas en donde vivió nuestro Boaz —¿la esperanza del libro?—. Ahora prefiero leer desde una distopía; ya sé que ésta contiene a la utopía, pero también sé que hay desiertos que no florecerán.
Para mí la lectura —y entrar en esta deriva epistolar a partir de ella— siempre ha sido un juego. Muy serio, pero juego. Juegas por necesidad o placer —o adicción—. En ese retozo entro, y por suerte o elección, casi casi casi siempre me ha dado alegrías aun con barriles de lágrimas, por sólo hablar de emociones.
La Lippard, en su novela fragmentada, dijo:
Ya que el lector acaba siempre fabricando sus propios significados, sin importar lo preciso que sea el escritor, ¿por qué no un libro que esté manifiestamente lleno de agujeros? Un libro para unir los puntos, con la salvedad de que los puntos no están numerados y la silueta dependerá de ti.
La sorpresa ante estas siluetas me mantiene.
Claro… hay algunas que apenas volteo a mirar.
¿Regresaste de N.Y.? Ojalá que no desertes de este club (acción muy frecuente en kibutz, socialismos e internados). Somos un buen ejercicio antropológico. Me sorprendió escuchar que eras diseñador industrial, juraba que eras antropólogo.
Saludos,
Mina
Nota: No he leído Hija de revolucionarios, el libro de la hija de Debray. Hablaste de él. Se lo recomendé a mi hermana para ver si pasaba su filtro guillotina y así encontraba pretextos —mayores a los posibles reflejos— para leerlo. No la seduje.