Compañeros:
Hoy me di el tiempo de transitar en un lugar fresco, grandes árboles danzantes se movían al ritmo del agua que pasaba por el costado del camino, daba la posibilidad de imaginar estar en los jardines de Generalife. Ese lugar fue perfecto para pensar sobre el Seminario de “Voces Epistolares”.
Supongo que todos reconocemos lo extraordinario que fue haber tenido la oportunidad de ser considerado en este seminario y lo valioso del suceso en medio de una pandemia que nos ha recluido. Asombra reconocer que sin ella no nos hubiéramos encontrado. Sumo a este acontecimiento el honor de haber sido guiados por el Maestro Humberto Chávez Mayol, a quien además de respeto y cariño, reconozco como hombre sensible e intelectual.
Muchos humanos han sido afectados por los problemas que el Covid ha ocasionado. El confinamiento ha provocado la invención de lo cotidiano, la necesidad de buscar tácticas que ayuden a sobrevivir, a seguir teniendo el deseo de crear, porque ¿qué sería de nosotros si la flama se apaga? Estas maneras de resistirse a las sombras de la desesperanza han dado frutos, metáforas sabias que ayudan a encontrar los vestigios de la humanidad.
Todo este tiempo me acompañó el temor de que algo le pudiera suceder a mis seres queridos. Pero sus cartas, las lecturas y otros deberes, sirvieron como estrategia de fuga para ayudar a superar este tiempo de incertidumbre. Aunque al final del curso el covid me alcanzó y el miedo se materializó, hoy más que nunca pienso que si algo podemos aportar en este momento a las personas son palabras, cartas, algo, lo que sea que hable de lo humano.
Es todo un reto compartir con alguien que ni siquiera conoce un poco de tu intimidad, de tus percepciones, del tejido de las experiencias que nos han hecho duros, estrictos, disciplinados, miedosos a que seamos vulnerados; pero también la otra parte, la que más escondemos, la parte sensible, apasionada y la que delata nuestra verdadera condición humana. Hace falta decirles que vale la pena luchar, amar la vida para honrarla y que un “te extrañamos” es la mejor medicina que a uno levanta. Que uno se impone, después de la peor de las crisis, tareas a las que ya no le había dado importancia, como volver a besar con toda la pasión de la que eres capaz, hacer reír a un niño, dar maíz a las palomas, llevar a tu pareja de expedición si es necesario a tu espalda, admirar el blanco de la luna, observar el espacio sideral o regocijarte sólo porque sí.
Aprecio la calma, la tranquilidad, no quiero saber de nadie que provoque tempestades. Creo que toda energía debe concentrarse para beneficio de lo humano. Tal vez se pregunten ¿qué es lo humano? o ¿qué es eso de inventar lo cotidiano? La respuesta está en el contenido de sus cartas, en las experiencias de cada uno viviendo por el mundo, en las palabras siempre cordiales y llenas de esperanza que comparte Zaida, en la madurez de Trini cuando cuestiona sobre el amor, exponiendo su lado sensible y frágil. Está en la identificación de las alquimistas de las artes culinarias con Yéssica, al despertar nuestro deseo por su sopa de lentejas con tocino o en pensar que al alentejarnos podemos emerger como una nueva humanidad, con aquella premisa de saber que las lentejas son de los mejores fertilizantes para las plantas. A la mejor eso es lo que le faltó al hombre de esta época. Está en los recuerdos que nos trae hacer una sopa de letras y cuidar de los hermanos menores para después llevar esto a la experiencia de cuidar de los otros, como interpreto con América; en los entramados que se van construyendo para hacer el mundo, como sucedió con Fabiola y su experiencia del cine y que, aunque no lo diga, imagino que la condujo a la pasión por la literatura, lo que la hace perfecta en la sensibilización de la presencia del otro y en la maestría para percibir la kinésica con los que trata. En Marcela, con su marcha precisa, dando lugar siempre a lo más importante, dejándose ver en la escritura y en la pantalla como una mujer íntegra y a la vez como amorosa madre; en Rosa, que hace poesía en la combinación perfecta de las palabras, provocando sacudidas para repensar la palabra amor, su carta-semilla es digna para entregarla a la vida. En Guadalupe, con su temple, inteligencia y libre pensamiento, que enseña a encontrar nuevas perspectivas para valorar la realidad. En Floridalma, que hace de los lugares y de las cosas comunes espacios de convivencia y conexión, como cuando observa la luna como evento singular en Tecate. En Michael que, sin su escritura pero con sus acciones, nos deja la experiencia de usar las tecnologías para vincularnos, teniendo todo listo para provocar el encuentro, evento que renueva, porque al encontrar otras miradas se descubre otras maneras de hacer y pensar. Y qué decir de la sensación de reconocer a Humberto en los objetos, en las palabras, en las lecturas, como ese pensamiento provocador que transforma ilusión en acción.
Compartió su “tiempo vivo” tan intensificado como niño con bicicleta nueva. Abrió su casa-galería para recorrerla despacio y pausadamente. Presentó a su Valentina y su sillón azul, cualquiera que lo visite será el lugar en que lo encuentre, aunque se haga centinela.
Este seminario formó parte de mi dispositivo de resistencia, me dio esperanza, la posibilidad de zurcirme con los recuerdos. Aprendí con Fabiola que la interacción corpo-virtual es una posibilidad de lectura, y que las cartas, sean mentiras o realidades, nos ayudan a enlazarnos con otro que siempre está dispuesto a leernos.
Banalidades cotidianas se han devaluado al sabernos vivos. Por eso, gracias al universo por su existencia, gracias por sus ideas, recetas, ilusiones, viajes, miradas… Espero que sea hasta pronto.
M.
P.d. Gracias a la Secretaría de Cultura de Baja California y sobre todo al Maestro Sergio Rommel Alfonso Guzmán por hacer posible este Seminario “Voces Epistolares”.