De M. para todxs.
26 de abril 2021
Y si hemos perdido, se deduce entonces, que algo tuvimos, que algo amamos.
Judith Butler.
Para todxs:
Especialmente para ti:
Cuando Humberto nos comentó que el tema de esta carta sería el amor fue inevitable pensar en ella.
Desde hace dos años, cuando pienso en la palabra amor no puedo evitar pensar en mi madre. Sé que tal vez parezca un cliché, pero es verdad que cuando llega la muerte de la persona que nos acogió en su vientre, mientras nuestro cuerpo y nuestro espíritu se prepara para salir a la vida, miles de pensamientos y sentimientos te atraviesan el espíritu y el cuerpo, algo te saca de ti misma, como menciona Judith Butler en uno de sus libros, “Algo se apodera de ti. ¿De dónde viene? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué se afirma en esos momentos en que no somos dueños de nosotros mismos?”. Sin duda, entre las experiencias más dolorosas en mi vida, perder a mi madre ha sido una de ellas. Sientes todo el amor y todo el dolor al mismo tiempo dentro de ti, dos fuerzas vitales que se contraponen, se empujan y se pelean: una te quiere hacer caer y la otra te mantiene de pie.
Fue tan estremecedor recibir la noticia de tu muerte que permanecí bloqueada dos días sin poder llorar, sin poder tocar la realidad; no me atrevía, no quería, no lo creía, no aceptaba. Todo fue tan repentino que en mi mente aún no te ibas, la persona que estaba en el féretro no eras tú, te habían peinado diferente, a ti no te gustaba recogerte el cabello, sabía que a ti no te hubiera gustado, así que traté de arreglarte el cabello pero me explicaron que ya no era posible. Cada vez que alguien llegaba al velorio, le comentaba que no te habían peinado bien y le explicaba que mi mamá no se peinaba de esa manera; tal vez era una forma de pensar que mi madre no era la persona que estaba allí. Tal vez sólo quienes hemos transitado por este pasaje inevitable de la vida alcanzamos a comprender la sacudida implícita al vivir esta experiencia.
Ese día en el hospital, después de que los médicos nos dieron la noticia, entré a verte al área de urgencias, tomé una fotografía de nuestras manos juntas: coloqué mi mano sobre la tuya como lo hacía los domingos en casa; era la última vez que iba a poder tocarte y quería conservar ese momento porque nuestra forma de comunicarnos fue así, mediante el tacto. Porque así era el amor de mi madre, de pocas palabras pero muchas acciones y gestos amorosos, nuestro diálogo era más corporal, hecho con momentos de silencio en los que sólo el tacto era nuestro punto de unión, nuestra forma de sostenernos y acompañarnos, un acto de expresión de dulzura.
He estado bordando algunas de tus fotografías, siento que por medio de las madejas puedo volver a tocarte y traerte físicamente al presente. Mi foto favorita es la que te tomé en 2016 mientras estabas haciendo tu tarea, fue la última vez que intentaste terminar la primaria para adultos. Sé que para ti era importante porque guardabas con amor tus libros y cuadernos de tus anteriores intentos. Siempre que me contabas tu historia de infancia, cuando te sacaron de la escuela para cuidar a tus hermanos, me sentía enfada por las circunstancias que te había tocado vivir.
Te prometí que me esforzaría por sobrellevar el duelo de la mejor manera posible. Las pérdidas me afectan de manera profunda, quizás porque a los dieciocho años otra muerte repentina y violenta me cambió la vida, aunque ¿qué pérdida no nos cambia la vida? Sabía que el día que llegara la tuya o la de mi padre sería lacerante, pero como ya dije antes, también el sentimiento del amor profundo e incondicional emerge y vitaliza, y eso me llevó adonde estoy ahora, a hacer las cosas con amor y las cosas que amo, a amar la vida todos los días.
Evito pensarte desde la ausencia, así que esta carta es para ti y para quienes el amor signifique una fuerza que los empuje hacia la vida.
M.
Mientras escribía la carta pensaba en estas imágenes: