De Ó. para L.

Lara, 

El amor, desde mi punto de vista, resulta uno de los temas más monótonos, tediosos y latosos. Si te preguntas la razón de mi aseveración y esperas una respuesta, lamento no poder dártela. Claro, debo aclarar qué tipo de amor es el que no soporto: el que se exhibe en las pantallas, ese que, aunque sea sólo para entretener, resulta muy falso hasta en su representación. Quizá no fui nada claro en lo antes expresado, pero realmente no es eso lo que me preocupa. Lo que sí me agobia es no poder expresar el amor que he experimentado el día de ayer, pero trataré de ser limpio en mis ideas para que puedas entenderme. Y, por si lo estás pensando, no, no quiero hacerte pensar que soy un intelectualoide al escribir que espero puedas entenderme; tengo problemas al organizar mis ideas al momento de explicar algo importante. 

Ayer, cerca de las 12:30 p.m., como siempre, ayudé a mi madre a preparar la comida. Qué hay de especial en esto, te preguntarás. Bueno, la magia de esta historia radica en que esta vez abandoné mi estado autómata para pasar a ser una persona totalmente reflexiva de mis acciones. Ayer, un “se le debe poner un poco más de mantequilla a la masa” se convirtió no en un comentario más, sino en algo que me hizo preguntarme cosas tales como: ¿por qué?, ¿qué pasa si le pongo menos o más mantequilla?, ¿se puede hacer galletas con esa masa?, ¿se puede preparar algo totalmente diferente con esa masa o su preparación ya la ha condicionado a un único resultado? Quizá, y sólo quizá, puedes estar diciendo con cierta mofa: “Qué sorpresa, se interesó por la cocina”, y mi contestación sería: “Sí, así es”, pero no sólo eso; hubo algo más que no puedo poner en palabras. Es algo que las palabras con dificultad pueden rozar. Quizá fue amor en una presentación nunca descrita. Puedo decirte lo que denotó esa experiencia: la presencia de mi madre, estar cocinando, estar cocinando los dos juntos, la hora, querer saber más sobre cómo cocinar y quizá el tipo de comida que estábamos preparando. Yo empecé a preguntar sobre la preparación y mi madre respondía. Sus respuestas eran cortas y claras. Lo mejor fue que, antes de empezar a cocinar, mi madre me pidió apagar la radio. Realmente no soporto a la locutora en turno a esa hora, pues habla como si lo supiera todo, y sus comentarios, en mi opinión, carecen de saber. Bueno, no puedo ser tan duro, ya que todos carecemos de saber, ¿no lo crees así? 

Sería un error querer encerrar esa experiencia inexplicable en un comentario tan banal como: “disfruté la compañía de mi madre” o “sentí el amor de mi madre en su máxima expresión”. Claro, había amor, pero esa palabra parece inútil para poder revelar los misterios de lo que realmente pasó ayer. 

Debo confesarte que estoy atónito de que una simple situación pueda tener un poder tan apabullante sobre mis sentidos. 

Probablemente, después de leerme, no sabrás exactamente de qué estoy hablando, pero probablemente, también, sí sabes de lo que hablo y, si es así, entonces entiendes lo complicado que es expresarlo. Resulta la situación más dura del mundo estar consciente de algo y aun así no entenderlo. ¿Habrá sido amor? Claro, disfruté ese momento con mi madre, pero hubo algo más. Quizá se debió a que dejé de actuar como humano y empecé a ser uno. Estoy confiado en que fue algo positivo. 

Gracias por leerme. 

O.