De Ó. para M.

En este momento la radio está encendida, y de ella sólo salen voces que no conozco, canciones que me resultan estúpidas, comentarios sin propósito. Ah, espera, ya pusieron una canción que dice algo como: 

Ya se fueron las flores 
Y llegó el invierno 
Y tú ni me miras 
Es por eso te digo 
Se llegó el momento 
De hablar sin mentiras 

¿Conoces la canción? Quizá sí o quizá no tienes idea de quién es. Yo conozco esa canción porque me recuerda a mi padre, y también me hace recordar cuando íbamos con toda la familia a pasar un rato agradable a un cerro cerca de aquí. Siempre he sido una persona a la cual le encanta que la nostalgia lo abrace. La nostalgia me hace sentir más vivo y más consciente de lo que suelo estar, aunque también me hace pensar si aquello que he pasado no fue puro engaño. No sé si extraño aquello que viví o aquello que creí haber vivido. De cualquier modo, extraño algo, y eso me basta. 

Últimamente me he encontrado con canciones que me recuerdan partes específicas de mi infancia, y no sé cómo es que esas canciones llegaron a mí. Un día, sólo salí a comprar unas cosas y ¡BOOM! me vi bombardeado por canciones que hicieron que algo en mi cerebro y en mi estómago se moviera. Yo, en aquellos años, era uno, pero ahora soy otro; sin embargo, aquello que hace años me hicieron sentir las canciones se conserva, no cambia. Yo cambio una y otra vez, todos lo hacemos, y seguramente somos una estafa, pero aquello que la nostalgia nos trae no lo es, es honesto. 

Quiero escarbar un agujero en el patio de mi casa por puro placer y gozo, y después volverlo a tapar. Esto que acabo de escribir puede parecer ridículo, ¿verdad? No importa, quiero hacerlo. ¿Y si una vez en nuestra vida hacemos lo que pensamos? No importa si decimos groserías, no importa si son movimientos raros, no importa si insultamos a alguien. Si hacemos eso terminaríamos agotados, pero es seguro que descubriríamos talentos nuevos o cosas que no sabíamos de nosotros. Hay talentos de sobra para todos. 

Tengo muchos sueños e ilusiones, y espero no perderlos en el camino. Mi vida, si pudiera resumirla, sería con la palabra pintura. Yo, a diferencia de Mapple, no he tenido la experiencia de vivir en la calle. Antes de leer ese libro me había preguntado cómo sería vivir, por lo menos un día, en la calle, sin nada de nada más que lo que tengo puesto. Claro, en este pueblo la experiencia sería más extrema, porque podrías terminar muerto o quizá algunos jóvenes tontos querrían hacerte bromas crueles. Me atrevería a decir que la experiencia podría durar toda la vida: morir en el intento. 

Esta noche no puedo pensar bien, y no sé por qué. Mi cabeza duele, no comí a mis horas acostumbradas, hoy fue un día medianamente productivo. Cuando estoy así, sólo me pongo a describir cosas o sucesos, pero nada claro que pueda llevarnos a algo concreto. La lluvia cae y, aunque estoy encerrado en casa, puedo sentirla en mí, porque la he sentido en algún momento de mi vida y puedo revivir ese recuerdo y lo que siente mi piel cuantas veces quiera. ¿Lo ves? Está pasando de nuevo: sólo describo sin camino fijo. 

Por cierto, hay una pintura de André Masson titulada The Kill, de 1944, que me hace imaginar el proceso y el camino que una carta toma.