De P. para E.

Mérida, Yucatán. 

30/06/2021 

Eugenia, 

Gracias por la carta. Llevo pegado a la computadora casi todo el día. Entre juntas de preparación del próximo festival de teatro, que será también a través de la computadora, y otros quehaceres, se me ha pasado todo el día. Pero encontrarme con tu carta ha sido un respiro, es decir, no hay que escribir un formato o redactar un boletín en especial, sólo escribir. 

Puedo imaginar esa mañana sobre la hierba y anhelarla. Me dieron ganas de ir al parque; o mejor, de volver a la granja de la que hablaba en la carta pasada, en un arrebato mesiánico, como Boaz. 

También me gusta la historia. Puedo imaginarme al Dr. Urzaiz en la casona y a la muchacha enferma dentro de la ficción de Eugenia en una Mérida del futuro a principios del siglo XX. Antes de seguir confieso que sólo he leído esa novela de Eduardo Urzaiz, nada más, pero también me asombra que fuera médico y que estuviera al frente de la UADY; en ese momento sería la Universidad Nacional del Sureste, ¿correcto? 

Mi abuela, viuda de Luis, de quien hablo en la carta anterior, es descendiente de cubanos. Habrán llegado por las mismas fechas que el Dr. Urzaiz, pero eran mucho menos ilustrados en cuanto a ciencia y literatura; eran de apellido Rosado o algo así recuerdo porque esa rama de la familia se ha perdido. Aun así, de niño recuerdo a un viejito, muy viejito que era tío de alguien, pues todos le decían “tío cuba”, y “cuba” había sido el apodo de su padre.

 A mí sí me gustó Eugenia. Llegué a ella por estar leyendo a Orwell y a Huxley. Un amigo de entonces me dijo que había un escritor latinoamericano que había escrito una distopía, bueno él la llamó “una novela de anticipación sociológica” y eso me entusiasmó mucho en ese momento; además de que tardamos en localizar una edición del Fondo de Cultura Económica porque los ejemplares estaban agotados en las librerías del centro. Ese libro fue como un tesoro. 

Eran tiempos felices y nos enfrentamos al mundo con ímpetu y arrogancia universitaria. Vivíamos nuestra propia ficción meridana, entre los cafés y los profesores “chidos” de literatura y fotografía; talleres de teatro, conciertos y demás cosas. Finalmente, como todas las bandas buenas (y malas) de rock, nos separamos. Morir como héroes no fue lo nuestro. Hoy M. pelea un carrera con una enfermedad autoinmune, M.A. tiene una maestría por el Colmex, nos hablamos cada fin de año; y de R. no sé nada. Cerca sólo me queda M. y aún nos hablamos y recordamos esas anécdotas del 2010. El Mundo nos ganó. Me pregunto si Eduardo Urzaiz nos imaginó, aunque sea un poco. ¿Escaparemos del trópico o será que Ítaca nos ha dado el viaje

En cuanto a la novela de Amos Oz me gusta mucho lo que dices sobre la caja negra, sobre tenernos aquí, escuchando paso a paso el colapso de la nave hasta su inevitable final, como estando en medio de una tormenta y ver pasar los escombros, las formas sin forma arrancadas del suelo, del mar, de la nave misma. Me gusta también esta contemplación de lo inevitable. 

Creo que siguiendo con la idea de los personajes como una metáfora del cristianismo, La caja negra es desoladora, pero acertada. Boaz se irá como predice Ilana en su última carta, y Alec es como una computadora apagándose, como cuando Dave desconecta a Hal 9000 en 2001: Odisea del Espacio; tiene momentos de lucidez, pero más que nada es un ser ausente, Dios ha muerto. 

En cuanto a Ilana, sí la imagino en un país lejano. Me gusta imaginarla así, con esa frialdad con la que le escribe a Michel en su última carta, despertando miradas enamoradizas en algún café. Algo me dice que no se iría muy lejos tampoco, algo hay de fatalista en su forma de escribir; pero te digo de nuevo, me gusta, esa última carta tiene algo también de Alec, con esa brutal franqueza con la que condena al pobre religioso Michel, al pequeño Michel a la pérdida. 

Pareciera que ella pierde siempre, aunque cuando pierde gana, despierta un deseo velado. Su aparente desdén por los demás que aceptan la maquinaria, es como si ella pudiera mirarla desde fuera, a la vez estuviera atrapada dentro; como si fuese ingenua al mismo tiempo que supiera exactamente lo que importa que hay que saber. Quizás ese era el “sin pecado concebido”: mirar más allá del velo. 

Tal vez yo también estoy juzgando o interpretando a Ilana desde mi espejo, no sé. Por lo pronto te envío un saludo, y de nuevo, gracias por la carta. 

P.