De P. para E.

Eugenia, 

Elijo a la destinataria de esta carta por pura eufonía, por puro gusto, porque me recuerda esa novela de Eduardo Urzaiz con la que compartes el nombre. La habré leído hace más de doce años, cuando aún era estudiante de licenciatura. Ante la pandemia me pregunto si vivimos en una eterna distopía, como si la melancolía la hubiera instalado sobre la ciudad, que puede ser la nuestra, que puede ser la de los demás. 

Aquí la melancolía sabe a calor y humedad, sabe a amarillo, sobre todo a las 16:37, hora en la que te escribo. Aun con el calor y todo, me pido un café y pienso en la cárcel, en los personajes de la novela y en la melancolía que secuestra el presente, dejando un espacio vacío, un deseo que no se satisface. Son tres serpientes en formol dentro de sus frascos y los recuerdos que dispara, el deseo se rebota en las paredes de una prisión y los cuerpos son inalcanzables, no se consuma el amor, y el deseo insatisfecho se vuelve denso como el calor en la ciudad

Si tuviera que elegir una canción para evocar el amor sería Take love easy de Ella Fitzgerald y Joe Pass, ¿te acuerdas? 

Easy 

Easy 

Take love easy, easy easy 

Never let your feelings show 

Make it breezy, breezy breezy 

Easy come and easy go 

Me bebo esta canción con el café, no fumo (ya no) pero me imagino entre volutas de humo que flotan, casi detenidos en el tiempo, como la música de Joe Pass y la voz de Ella que se desliza sobre la melodía; y me imagino también todos los lugares comunes del amor, como flashes, ¿los habré vivido todos? La cama, la ventana, la cocina y la cafetera, las plantas regadas en verano, escoger la lista de reproducción para ese viaje a la playa, la piel, los sándwiches por la tarde, cambiar un foco, jugar al ajedrez, el vello, el vino, la almohada, los ojos, las nalgas, la luz, la noche… la cárcel… 

El amor quizás sea la cárcel, como dice Janis, Love’s got a hold on me, baby, Feels just like a ball and chain. Pienso en Xavier, encerrado, maquinando una revolución imposible, quizás encerrado en su pensamiento que vuela a los datos duros, a lo único que divisa de sólido en el exterior. Después de todo, la cárcel es un intento de sumirnos en la nada. Y pienso en A’ida, sola, en su cárcel deseante que es la farmacia, el barrio, las paredes con puertas, la hierba en el camino, atrapada entre su vida y la cárcel. 

Pienso en los tiempos distintos, que suceden al mismo tiempo. ¿Cómo es esto? Cuando Urzaiz estaba escribiendo su novela, a principios del siglo XX, mis bisabuelos estaban construyendo sus vidas en Río Lagartos, en la costa. Mi abuela me cuenta que cuando era niña, tenía unos vecinos que no celebraban la Navidad, y que sus papás le contaban que ellos eran “como los antiguos”; suena tan lejano, y suena tan inverosímil ante la idea de “lo moderno”. Europa estaba quizás en el período entre guerras, quizá lo que me sorprende es que la “Modernidad” era desigual. A veces me gustaría ir a visitar a mi abuela, pero no ahora, para que me cuente esta historia que he escuchado tantas veces. Me gustaría ir a recorrer ese puerto de pescadores y encontrar los blanquizales, las casas como palafitos sobre la ría, como un sujeto extemporáneo; tal vez ahí no tendría tanta prisa, tendría más de setenta años para alcanzarme aquí, ahora, sentado frente a la computadora. 

¿Y los encerrados? ¿Los alienados? ¿Cómo vivirán el tiempo? ¿Será que Xavier tiene el tiempo para llegar hasta A’ida? Debe ser un pensamiento peligroso para alguien cuyo tiempo ha sido despojado de movilidad. Peligroso porque su piel está fuera de la posibilidad del contacto, debe ser una puerta al vacío, desear infinitamente el tiempo conjunto. Mientras, A’ida le escribe a un fantasma, a un reflejo en la ventana de la memoria. Ambos le escriben a un proyecto, el plazo sólo son dos cadenas perpetuas, después podrán amarse. El proyecto de revolución le permite hacer, imagino, apenas soportable el encierro a X., mientras que ella intenta atrapar un poquito de su tiempo en las cartas que envía, que le lleguen como mareas en las que Xavier puede adivinar un contacto, apenas sensible, como mojarse las puntas de los dedos del pie con una ola muy tímida o apenas sentir la espuma. 

Estas cartas pueden ser como esas olas, pueden ser un flujo que rompa la melancolía en que las distintas situaciones de la pandemia nos han estancado, secuestrando el presente, borrando los tiempos de algunos. 

Y en el encierro, en el lockdown, en la ficción de vivir en nuestra ciudad y nuestro tiempo, en la eterna distopía, ¿qué nos queda? 

Que estés bien, 

P.