De P. para G.

¿Quién quiere sumar, implantar, integrar algo que no comprende? ¿Esa mirada en los
oídos que aún recuerdan la propia sombra? Que suceda no es tan raro, algunas veces entro
en otras dimensiones sin querer o, alguien entra en las mías… 

Gerardo, 

¿Será que los segundos nombres son aquellos que nunca fuimos? Imagina que hay otro universo igual a este, pero unos centímetros desplazado hacia la derecha o hacia la izquierda. En ese universo, todo el flujo está trastocado para quienes vemos desde nuestro primer nombre, desde donde se ha configurado toda nuestra creencia de la realidad. Qué cosa tan poderosa ponerle nombre a alguien. 

Estuve leyendo las cartas, y creo que el tema del judaísmo ha hecho aflorar el misticismo del grupo. Yo no me considero una persona religiosa, pero me encantan las religiones y los sistemas de creencias; si son “paganos”, un tanto mejor. Creo que mi aversión hacia el cristianismo comenzó cuando era apenas un niño. Crecí en una familia católica, pero las hermanas de mi padre son presbiterianas. Uno de los peores domingos de mi vida fue cuando me llevaron a misa, luego me dejaron en casa de mis tías y ellas, decididas en su misión evangelista, me llevaron a su culto. 

En el fondo yo sabía que no creía, pero aún me daba miedo el infierno, como Mary Shelley que no creía en los fantasmas, pero le daban miedo. Creo que las religiones se inventaron para lidiar con el vacío, al igual que el Estado y las demás instituciones; las personas cedemos nuestro poder ante aquellos mecanismos que pueden gestionar el vacío. 

— 

Llueve en Mérida. 

Las paredes se cubren de hongos, todo lo que no se mueva sucumbe ante la fosforescencia de verdes y naranjas, espumas blancas, pequeños universos son. Desplazamientos de la realidad

El rumor del agua corriendo sobre el pavimento, los reflejos dorados del alumbrado público y las hojas marchitas que arrastra esta corriente y que se pegan por ratos a una rama, a la acera, a la rejilla del desagüe; ese riachuelo, ese rumor corriente que pasa al costado de la memoria [como el efecto Doppler] es la nostalgia, es todo aquello que se perdió en el tiempo, es una finca en Lifta, es la granja de mi abuelo, es el matrimonio juvenil de Ilana y Alec, la cama revuelta, los rizos del hijo, el encendedor. 

En Tizimín también llueve, puedo imaginar el pasto alto, casi dos metros de altura, con hojas filosas, recién llovido, radiante en el sol; los árboles de tronco blanco, cedros vibrando de humedad y los insectos reconquistando el espacio tras la lluvia. Ahí está la granja de mi abuelo que, como un insecto en ámbar, conservo en la memoria. Pero cada vez que voy, lo otro ya tomó una parte nueva de la granja: se cayeron los techos de huano, las iguanas y el tiempo erosionaron los bloques del viejo cobertizo de las vacas lecheras, los chiqueros también están llenos de cráteres. 

Busca en el tiempo lo que se te perdió en el tiempo

Porque no encontrarás en el espacio lo que perdiste en tu niñez. 

Pienso en esa frase de Amos Oz y también pienso que quiero la granja. Construir una dimensión ahí, como Boaz, ¿será tan ingenuo? 

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¿El poder puede vencer a la melancolía? Cómo reconstruimos aquello que se quedó varado en la memoria, en una mañana de domingo de 1996. Aún puedo sentirlo, escucharlo todo como un rumor lejano, como el rumor de un riachuelo de agua de lluvia que se aleja. Veo esa mañana como en visión de túnel, en gran angular, pero todo es prístino y corre en otro tiempo; quizás no soy yo, quizás es mi segundo nombre el que vive en ese universo, unos centímetros más allá o más acá. Y yo quiero aferrarme a esa vivencia: al aleteo gentil de una mariposa amarilla, al pájaro carpintero, al árbol de zapote frente a la terraza, al dejar la puerta de mosquitero abierta, al salir y escuchar detrás el reclamo de mis tías por los insectos que entran, al abuelo regresando con su traje de apicultor, con el sombrero en una mano y el ahumador en la otra. 

Y todo se contiene ahí, entre esa puerta de mosquitero abierta y ese árbol de zapote, y el viento y el zumbido de un automóvil en la carretera lejana, un tintineo, quizás del cencerro de un borrego o de una vaca; y todo gira. 

Mi abuelo se llamaba Luis. ¿Encontraré la granja si camino hacia ella? 

P.