De P. para L.

Que yo sea yo y no otra persona, es para mí uno de mis más preciados bienes. 
Las heridas incurables que recibe el corazón son la contraposición natural que las personas tienen que pagar al mundo por su independencia. 

Haruki Murakami (fragmento del libro De qué hablo cuando hablo de correr

Querida Lara: 

He leído la carta donde hablas de tu experiencia con el peso en la danza. Una vez más, viene a mi mente cómo las personas podemos transgredir significativamente los valores o ideas respecto a un tema, ¿seguimos hablando de poder o de mentira

Ayer pensaba en esta carta mientras caminaba. Disfruto mucho caminar. Desde pequeña, mi papá nos hacía caminar largas distancias para ir a la playa; tal vez no eran tan largas, pero a los 6 años los espacios y las distancias se perciben distintos, más grandes.  Mis dos hermanos y yo comenzábamos con buen ánimo y ritmo, sin embargo a la mitad del trayecto surgían los primeros lamentos. Un puño de cacahuates horneados era suficiente para distraer del cansancio a las piernas. La recta final merecía resistencia y motivación, el segundo aire era necesario para atravesar la arena hirviendo y ser el primero en llegar al mar. Un mar con todos los azules, un mar robusto y juguetón, el día completo se convertía en un reto para el cuerpo, nadie se rendía. 

Mi infancia la visualizo como una película de acción, la recuerdo siempre jugando a correr, nadar, patinar, bailar, esconderse, etc., un reto constante por demostrar los límites del cuerpo a los demás… ¿quién era el mejor y en qué? Yo resulté ser muy ágil trepando árboles y techos, los cuales no representaban ningún riesgo para nadie, se cae una sola vez. Más adelante, en mi vida adolescente, la actividad física contrarrestó otras realidades: la ausencia de mi padre (después del divorcio) y las carencias económicas propias de una familia cuando la madre es quien se hace cargo de sus hijos, sola. La danza y el deporte sirvieron de salvavidas en un mar color esmeralda. En ese entonces, encontré otra puerta de salida: las cartas a mi padre, cartas muy tristes, sin los colores del mar.  

La historia es de quien la cuenta, decía Edward Carr en su libro ¿Qué es la historia? que leí en segundo de preparatoria queriendo creer todo.  

La novela de Amélie me recuerda la capacidad de maquillar una realidad, o de “intervenir” una realidad usando colores más vivos y más brillantes, porque necesitas creer… ¿la ilusión justifica los medios?, ¿la mentira justifica la ilusión?

Me pregunto, al igual que Mina, si he sido una buena madre cuando pienso en: ¿cómo interpretamos la realidad?, ¿cómo colocamos esos puntos sobre las íes, de forma explícita o implícita?, ¿cómo abusamos de la amabilidad para responder? (te ves absolutamente hermosa), ¿elegimos guerra o diplomacia?, ¿alternamos entre la identidad y alteridad?

Es verdad que no siempre y en todo momento somos buenas madres y que, en algunas edades, hemos sido mejores madres. Tal vez porque el exceso o la carencia de objetividad resultan igual de insoportables; yo también he conocido ambos extremos. 

Lara, espero que sigas bailando y en continuo movimiento, el cuerpo se alimenta muy bien de música. Nos vemos mañana… 

Pamela