De P. para S.S.

Mérida, Yucatán, a 19 de octubre, 2020

S.S.

Yo me serví ya la última taza de café. Fui al súper hoy y no me pude esperar hasta mañana. Hoy no dormiré. Cuando tomo café tan tarde me deja muy alerta, escucho los pasos en la calle, los gatos en el techo, las ramas del árbol que se mece con el viento, los bucles del ventilador. Quisiera registrarlo todo y hacer una pieza única, se llamaría “El inoportuno golpe de la realidad” y sería como una copia mala del 4:33 de John Cage, pero al revés.

Bienvenida, voyeur, te veo ahí sentada. Hay dos imágenes en mi cabeza:

FADE IN

“2011: CAPUCHINO Y PAN DE MUERTO”

ESC. 1. INTERIOR CAFETERÍA. 11:23 HRS.

En un café del centro de Mérida están Pedro y Julia. Pedro lleva camisa a cuadros, un pantalón de mezclilla negro, botas, y trae el cabello largo; frente a él hay una taza vacía. Al centro de la mesa hay un cenicero lleno. Julia lleva una blusa sin mangas de The Ramones, pantalón de mezclilla, el cabello le llega a los hombros, es rubio; ella fuma. Frente a ella hay una taza para espresso. En medio de la mesa, en territorio neutral, hay dos cajetillas, delicados y montana, ambas están por acabarse. En la mesa contigua se encuentra una mujer. Es S.S., lleva una blusa negra y unos shorts color verde militar, cabello largo, rojo. Lee un libro: La caja negra de Amos Oz, y mientras da vuelta a una de las páginas el mesero se acerca con un capuchino. La mirada de S.S. Se eleva por encima del libro. Julia menciona algo que se confunde con la música de fondo y el sonido del ambiente, el vapor de la cafetera espumando un café, el tintineo de los cubiertos. De pronto lo vemos todo desde el cenit, en un zoom out continuo, vemos el patio del café, luego el edificio, la cuadra, la ciudad.

FADE OUT

Segunda visión.

FADE IN

“2020: CAPUCHINO Y PAN DE MUERTO”

ESC. 1. INTERIOR CAFETERÍA. 17:23 HRS.

En una cafetería del centro de Mérida. Sentada en una mesa del patio interno, S.S. lee un libro, en la portada se lee La Caja Negra de Amos OZ. Ella lleva un vestido verde con flores en tonos rosáceos. Su cabello rojo cae por encima de sus hombros. Su mirada sigue las palabras en cada página del libro, mientras mueve suavemente los labios, musitando cada sílaba para sí misma en un canturreo apenas audible. Ocasionalmente, la música del establecimiento atraviesa sus palabras y uno de sus dedos se mueve al compás de A sleeping bee interpretada por Bill Evans. Se sobresalta cuando el mesero llega con un capuchino humeante, pero agradece con un gesto. El mesero se retira. Entonces vemos a K. y a Pedro, sentados en la mesa contigua. K. tiene el cabello negro y lacio, viste una blusa blanca y un pantalon negro, también lleva un suéter ligero; detrás de ella sopla el viento de noviembre que mueve las ojas de las plantas con una de las primeras brisas de fin de año. Pedro lleva camisa a cuadros y un pantalón de mezclilla negro, cabello largo. Entre ellos, sobre la mesa, hay un par de tazas de café humeante. Pedro apaga un cigarrillo en el cenicero y toma un sorbo de la taza, mientras K. hace una pregunta tan suave que se mezcla con el piano de Bill Evans. Pedro deja la taza sobre la mesa para responder. Los vemos de perfil, en primer plano, en la mesa detrás de ellos los ojos de S.S. se clavan cómplices en la cámara que va hacia atrás en un zoom out muy lento.

FADE OUT

S.S. Lamento la forma en la que se fue tu tío.

Yo he presenciado la muerte desde pequeño, es extraño. Una vez, en Tizimín, entré a un velorio para ver al muerto. Lo curioso es que no era de mi familia, solo entré; ese día soñé con ese señor. Me había perdido, si es que alguien puede perderse en un pueblo tan pequeño. Me castigaron y aún no sé por qué.

Luego murió mi abuelo. A veces, en su granja, aún escucho su respuesta al llamado de mi abuela o de cualquiera de nosotros, una “u”, podrías decir que ululaba su respuesta, como viento o lechuza, quería decir que estaba con sus abejas, que no nos acerquemos. Cuando íbamos a llevarle flores y a limpiar su tumba, yo me escapaba, buscando tumbas abiertas; siempre me amenazaron con que iba a caerme dentro de una.

También estuve asistiendo a mi bisabuela en el momento en que expiró. Estas muertes eran de esperarse, estas muertes ya venían. ¿Qué se le iba a hacer? Eso fue lo que pensé en ese entonces y es lo que pienso ahora.

Pero la muerte es la única certeza que tenemos. Es lo único nuestro. Creo que todos hemos pensado en el suicidio alguna vez. Es natural. A veces me pregunto si no estaré atrapado en un bucle infinito, con avatares programados, dentro de un perímetro determinado, repitiendo mis acciones hasta el fin de los tiempos. Ahí es cuando pienso en romper la máquina.

No quiero que esta carta se torne en un libro de Paulo Coelho, pero creo que yo le he hallado gusto a deslizarme en el espacio, a atravesar cada pasillo y conocer personas, no me puedo ir sin entenderlo todo, es lo que pienso.

Al miedo le pongo música. Lo miro con fascinación, imagino encontrarme frente a un desierto blanco, ¿qué será el terror, me pregunto? La manifestación de lo no natural, que la mesa hable, que las flores canten. ¿Qué será el terror, me pregunto? Una última fiesta en una villa cerrada, cuartos de colores y un reloj maldito; la plaga asolando la tierra. ¿Qué será el terror, me pregunto? La casa de moneda en llamas y las ciudades abandonadas, mendigos devorando los últimos comestibles en la basura. ¿Qué será el terror, me pregunto? El traqueteo de los tanques, los pasos de un padrote en el pasillo, una AK-47 y una lobo negra, un uniforme, una llamada diciéndome “si publicas, te mueres”.

Entonces agradezco estar aquí y ahora. En este café, tomando un americano, negro como el cabello de K. que me mira y contigo en la mesa de al lado. ¿Por qué no acercas una silla? Pronto traerán el pan de muerto, lo pedí relleno de cajeta; cuéntanos sobre el libro porque nos estamos poniendo muy densos y las penas con pan son menos. Celebremos tu cumpleaños. ¡Mira! Ya viene, lo trae Eduviges Dyada. Hoy hay fiesta en Comala.

P.