Mérida, Yucatán, a 27 de octubre, 2020
A quien sea,
Generalmente despotrico contra los gringos. Pero en algún punto me compré un boleto y subí al único tren que vale la pena de esa estación que, con sus rieles como grietas que se abren paso en un suelo erosionado o como el micelio en un hongo de proporciones globales que se expande bajo el suelo infectando y succiona nutrientes de todo ser vivo, llega a cualquier parte del planeta, exportando su cultura líquida y asumiendo las demás que se desgranan como pequeños bancos de arena en la ría. Mi viaje comienza con un aullido profundo, doloroso y nostálgico, en la garganta de Allen Ginsberg y se va, de recodo en recodo, entre ráfagas de rock y blues, cultura pop, vino tinto y substancias en decepcionante moderación.
Y es que podría decir, pero no creo poder hablar por todos, que mi generación llegó tarde. Leí a Ginsberg antes de leer a Aristóteles y, por supuesto, vi a Tarantino, Robocop, Karate Kid y toda la retahíla de cuentos de Disney, antes que a Bergman, y siento que nunca podré ponerme al día con el elevado pensamiento intelectual de las artes.
Ahí es cuando la voz cascada y cavernosa de Iggy Pop suena en los audífonos…
Gimme danger, little stranger
and I feel with you at ease
Gimme danger, little stranger
And I’ll feel your disease.
Sensual y desenfadada, su voz viaja en una carretera eléctrica mientras la lluvia golpea mi ventana con destellos dorados de una lámpara incandescente. No llegamos tarde, llegamos al final. Relámpagos y dietilamida de ácido lisérgico directo a las venas, como Aldous Huxley, y sacar boleto directo al Valhalla o al Mictlán, qué más da.
El mejor rock se hizo en los 60 y 70, los 80 son un pozo horrible de sintetizadores mal utilizados, porque los mercaderes e industriales gringos metieron sus manos donde no debían… y le rompieron la madre, como al cine, como a Medio Oriente: Tormenta del desierto, Operación Cóndor, Paper Clip, Proyecto Manhattan… y mi generación no tiene memoria, ese es su triunfo. En general, nadie quiere recordar, carajo, eso piensas cuando escuchas a Frank Zappa, maldito genio. Si Iggy Pop viaja en una carretera eléctrica, Zappa se desliza por la vía láctea, usando un man suit de leopardo, mientras palmeras de plástico se abren a sus costados con luces de neón; en cada estrella hay una pantalla con una porno de Mónica Bellucci. Entonces haces un taller de apreciación y te lo cancelan por poner Irreversible, pero se la pones a tus alumnos y todos quieren ver LA ESCENA y esos minutos son, para ellos, los que hacen que la película tenga valor, fuck, ya perdimos. Unos no la ven y la censuran sin entenderla, otros la ven creyendo que entienden, fuck. Maldito Zappa. Baby snakes.
¿Soy yo? Siento que todos los días estamos grabando una escena de Blade Runner, pero tropical. Más que Blade Runner es como la versió salvaje de Un mundo feliz. Aquí todos nos vamos a morir de viruela o covid, qué importa, es lo mismo que hace 500 o 600 años. Mientras, jugamos a que “lo que hacemos importa”, a que alguien quiere verlo, y así nos inventamos un modo para tragarnos una hamburguesa de Ronald McDonald o para comprar verduras congeladas o para fingir que el comercio es justo o para evitarnos el karma de matar un cerdo o una vaca, en lo que el Demiurgo sacude de nuevo la esfera de cristal.
Ahora escucho King Crimson, ellos no son gringos, pero qué buen rock. Kraut rock, ¿qué esperas de la vida? Un auto que pueda moderadamente correr de aquí a la playa, carajo, qué obsesión con la moderación; pero ya tienes 31 y si no te rompiste la madre antes, ahora ya no tiene caso, es la televisión que mamaste durante tanto tiempo la que habla. El tiempo no importa, vamos, siempre puedes superarte, es hora de emprender un negocio y comprar bitcoins, el mundo es tuyo… No, yo no quiero el mundo, si acaso quiero una ametralladora como la de Scarface y abrir fuego contra la comitiva del presidente, o por lo menos contra la del gobernador.
Say hello to my little friend,
do you wanna fuck with me?
Y la rola de King Crimson sigue en mi cabeza, porque dura una eternidad y entonces pienso como chavoruco (mis alumnos me dicen así) “mierda, ya nadie hace música como esta”: un buen rock progresivo con destellos de jazz que pueda elevar el espíritu y la mente, ¡y sin fumarte nada! Ellos fuman mota por deporte, qué hueva, hasta a eso le quitaron lo divertido.
Ahora la guitarra ruge, son ladridos cortos, vibrantes de distorsión, una banda 100% californiana, este riff del desierto, cargado de enojo, son como jinetes cabalgando…
Ride the dragon toward the crimson eye
flap the wings under Mars red sky
the reptile pushes itself out into space
leaving behind the human race
¿Qué habría hecho Bach con una Gibson Les Paul o Mozart con un sintetizador modular Moog? Siempre me pregunto esto cuando a veces, por la mañana, me da por escuchar música académica (levanta el meñique y bebe un sorbo de té…), pero siempre termino escuchando a Arvo Part, Eleni Karaindru o Debussy… mucho más cercanos a mi gusto. Luego, para cocinar, la música tiende a ser menos solemne, menos densa y más alegre, para que se infle el pan, para que el sabor agarre. Entonces nos vamos desde Anouar Brahem y Antonio Sánchez, hasta Emir Kusturika o Django Reinhardt, los ritmos balcánicos se la rifan para la cocina. Por la tarde comienzo con el jazz, el blues, o de plano rock puro y duro.
Y vuelvo a pensar sobre el poder… ¿el poder será elegir qué hacer? No, eso es más como libertad, si existe algo como eso. El PODER es hacer que los demás hagan lo que quieres. Creo que en la tierra, los que quedamos, somos todos hijos de Caín. ¿Te acuerdas de 2001: Odisea espacial, cuando el simio mata al otro simio? Bueno, el simio asesino era Caín y desde entonces siempre estamos buscando el palo más grande, ¿qué fijación, no? Todo por culpa de un hijo de puta chango que no supo compartir y aquí estamos, cinco millones de años después, rompiéndonos la madre los unos a los otros porque el “Poder no admite vacío”.
Mientras tanto, el presidente construye sus mausoleos y pirámides, sí, estoy hablando de Chapultepec, porque ese señor es un viejito que no tiene nada mejor que hacer, porque recibió un estado en ruinas, porque después de 18 años de campaña nosotros nos fuimos con la finta, y dijimos “venga la Democracia, el kratos del pueblo bueno, pueblo sabio”. Entonces me vas a decir que soy de derechas. Derecha o izquierda, porro, pacifista o republicano, centralista, capitalista o comunista, me da igual, es la misma mierda, si estás dispuesto a aceptar el gobierno de alguien sobre ti, entonces mereces ser gobernado.
Compraré un megáfono y me iré a parar en la plaza, voy a instigar a la anarquía y a la desobediencia, de todas formas no creo que me den una beca, no soy brillante, no soy diestro escritor de textos izquierdosos, y para acabarla de joder, nací en provicina y mi capital cultural se limita a una sobredosis de cultura popular. No soy nadie en este sur tropical, sur de 93% de humedad, sur de México, sur de la vida. ¿Cuántos vivimos al sur? En la calle ladran los perros y en mis oídos Robert Plant profiere un grito “oh baby since i been loving you, i’m about to lose my worried mind”.
Podría vivir como un perro, fornicando por las calles, si me molestas puedo morderte el cuello; un despojo, un agente del caos que permita el paso de seres del vacío, lo mismo da… si te leen las cartas vas a creerlo, todo pasa por algo, las runas, los símbolos, la magia, mercurio retrógrado… el retrógrada eres tú.
Entonces se levanta una cortina de Napalm, un ventilador vacila girando, cortando la atmósfera con sus aspas arqueadas hacia abajo y así, te duermes al principio de la película. Solo.
Y tú, ¿has visto las mejores mentes de tu generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa?
P.