De R. para M.

Hola, Mina, 

Qué gusto recibir tu carta, debo decirte que, aunque lejana, siempre has estado discreta y poderosa en el silencio de mi admiración. 

Me encanta tu medida del tiempo en lustros, así todo parece más cercano, sólo han transcurrido cuatro desde que coincidimos en la Fiesta del Milenio allá en el “Paraíso” de S.B., quien por cierto se encuentra muy bien y hermosa como siempre. 

He buscado algún recuerdo dominado por la desilusión y no lo ubico en ningún momento de mi vida, supongo que es porque ha transcurrido, en todos los aspectos, dentro de una zona de privilegio (poder-fortuna) por el cual siempre me siento agradecido. 

En cuanto a los procesos sociales te cuento que hace 12 lustros me involucré intelectual y emocionalmente en un conflicto geopolítico que me generó una gran preocupación y que, con el correr de los años, se convirtió en un interés profundo, determinante de muchas decisiones. 

Año 1962, 22 de octubre para ser preciso: me fue imposible comprender la ingenua osadía de Nikita, estaba seguro de que Cuba era inocente, todo esto algunos días después de la visita a México (en julio) del presidente Kennedy. Me quedaba muy claro que la ciudad de México estaba fuera del alcance de los misiles soviéticos, pero no Yucatán ni las ciudades mayas que, desde entonces, por influencia paterna, capturaban mi imaginación. Años después, me enteré de que esta confrontación fue estratégica para las partes beligerantes y sirvió para consolidar el poder político y militar de ambas dentro de su zona de influencia. La solución de este conflicto causó en mí la ilusión de que el mundo se encaminaría hacia una nueva etapa de paz y libertad, comandado por un líder inteligente y prudente, al mando de la nación más justa y poderosa de la historia. El estado de júbilo duró hasta aquel viernes 22 de noviembre de 1963, cuando con el asesinato de JFK me desilusioné para siempre de todo aquello que tuviera que ver con los procesos políticos. Ante mis 7 años, la mentira era evidente, un terrible poder se mostraba abiertamente y el mundo todo era emoción. 

Ninguna respuesta, la dignidad humana se redujo a un niño poco menor que yo despidiendo a su padre con un saludo militar. 

Kennedy gestionó, con acierto, una crisis que pudo llevar al mundo a una confrontación armada con bombas atómicas, pero que desafió el poder financiero limitando las dos estrategias más eficaces utilizadas para incrementar la deuda pública: la guerra y la emisión de dinero por una institución privada, la Reserva Federal. El plan de replegar todas las tropas de Vietnam en el 64 y la Orden Ejecutiva 11110, devolvían el control de la economía nacional al gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. 

La página en blanco se va marcando con el avance del lápiz sobre la suave superficie del papel satinado. Los días tranquilos. Alguien comenta más allá que Walmart es el espacio, el tiempo como siempre indefinido. 15:42 de este día de junio y ya en Mérida después de 3 semanas más que intensas en NYC. 

Mis peces, carpas y guppys están disfrutando de la lluvia; Katia, la gata, muy bien. Por suerte llegué justo a tiempo para mover las plantas antes de que el vecino comenzara la construcción de su barda, espero que termine este sábado para dedicar la mañana del domingo a reordenar las jardineras. Después de 200 kg de mangos terminó la temporada, me encanta que cada mango, aun siendo del mismo racimo, tiene un sabor diferente, todos dulces y perfumados pero distintos uno de otro. 

¿Qué los modifica? 

¿El sol, el viento, la lluvia, el sonido de los pájaros o mi mirada

Algo maravilloso para contarte es que la ceiba abrió su primer fruto repleto de pochote, esa fibra tan especial más suave que el algodón. 

Te confieso que estoy muy emocionado de regresar al taller después de casi dos años de circo, maroma y teatro, viajes, ajustes, adaptaciones, sustos, ventas, compras y un larguísimo etcétera. 

Aquí, en este espacio donde flotan mis pensamientos, he aprendido que todo sabe, huele o brilla sólo en la medida en que observo y me diluyo hasta desaparecer en la inefable sensación con que transcurre el universo. 

El trayecto de Coyoacán a Polanco era muy interesante por cualquiera de las rutas que mi padre elegía según el día y la hora. Por calzada de Tlalpan era un viaje diría yo antropológico, toda una síntesis del desordenamiento urbano, circulábamos en paralelo al tranvía cruzando por barrios industriales y colonias obreras llenas de historias no menos obscuras que exóticas. La salida por Taxqueña era un delicioso paseo bajo la sombra de cientos de árboles, después, en San Ángel, espacios abiertos, flores y conventos coloniales, y el ascenso por Altavista llevaba a la última frontera, el periférico. Luego de unos momentos delirantes entre la velocidad y la pericia, aparecían, saliendo de una curva, los gigantescos hornos siempre encendidos de la Fábrica Nacional de Vidrio. Chapultepec estaba cerca con su montaña rusa, el Museo de Historia Natural, el zoológico y Tláloc, el dios de la lluvia que llegó a la ciudad en una inolvidable noche de tormenta. El gitano con su oso y los soldados del estado mayor presidencial marcaban el borde exterior del bosque que rodeaba la casa de mis abuelos. 

Mariquita, mi abuela, era de lo más divertida, siempre preparando algo, comida, postres, panes, o costurando, cuidando de las plantas y las flores, otras veces organizando fiestas, posadas y navidades. Todo ordenado, impecable y pulcro. 

Su poder era la generosidad. 

El mejor momento del año era la madrugada del 2 de enero, pues siempre, a las 4:30, salíamos rumbo al puerto de Acapulco. Además de mi abuela, mi madre y mi hermana, viajaban con nosotros mis primas, tía Ema, y por supuesto el piloto, capitán del barco, buzo, ciclista, ingeniero, jinete y encarnación de la ternura, mi padre. 

Su poder era el respeto.