“CÓMO EJERCER EL PODER SIN SER TIRANO”
Hola, Mina,
Hoy es uno de esos días con mucho carácter y por lo tanto lleno de sucesos extraños. Muy temprano, antes de las ocho, recibo la imposible llamada de H.C.M. en la que me hace ver cómo la interacción social es inversamente proporcional al interpretante, así de simple y sin dejar de sonreír. Más tarde pude al fin disfrutar del primer chocolate bien preparado por la joven francesa que atiende el café del barrio de Santiago. No sólo esto, te cuento, además, que fallaron inexplicablemente tres impresoras y, mientras hablaba con el técnico, un ciclista se estrelló, sin causa aparente, contra el espejo lateral izquierdo de mi camioneta. Peor aún, me enteré de la voracidad ilimitada de personajes locales con los que contaba para varios proyectos relacionados con el arte como sistema epistémico orientado a la innovación social.
No puedo más que concluir, una vez más, en el hecho de que las cosas cambian y ello implica la alternancia de los contrarios siempre en el mismo plano donde la armonía aparece como un estado transitorio, una tendencia pasajera que oscila en ambos sentidos.
La idea de que todo fluye, de que nada permanece fijo, determinaba el pensamiento y las acciones de quien me enseñó que la transformación y el continuo devenir constituyen la esencia de las cosas, de los seres y de la vida humana, dejando en claro que su duración temporal es sólo un punto, que la sustancia fluye, y el cuerpo se desmorona.
Quiero continuar ahora con mi reflexión acerca del poder mencionando que Machiavelli, al ofrecer consejos a su príncipe, habló abiertamente de la importancia del engaño. Señaló que crear la ilusión de ser honesto, compasivo y generoso, es importante para obtener, consolidar y expandir el poder. Sin embargo, también lo es la necesidad de romper las promesas, de ser cruel y mezquino: ser a la vez león y zorro.
H., mi abuelo, flotaba como una brisa suave, siempre presente y casi imperceptible diseminaba entre nosotros el código rector de todas las relaciones. Detrás de la discreta sonrisa y la más dulce mirada estaba el control total. Cada Nochebuena, minutos antes de la cena, nos dirigía algunas palabras de reconocimiento por los logros de cada uno y por la contribución al bienestar de los demás; después, en nombre de toda la familia, agradecía a la vida por la paz y la felicidad que disfrutábamos, cortaba el pavo y se diluía entre las voces.
Siendo el más pequeño de los varones en la familia, pude gozar de su cercanía cuando por su edad disponía ya de algunos momentos de reflexión y que, sin desatender múltiples asuntos, compartía conmigo mientras cabalgábamos siguiendo a su hermano A. en sus recorridos por las montañas y llanuras que rodeaban la casa de Santa María. Durante esas travesías pude entrever su ideal personal y su aspiración de asumir siempre una actitud de servicio a los demás, buscando el bien de la comunidad, manteniéndose libre de la tentación autoritaria o de una desmesurada ambición de poder.
Pese a su estilo coloquial, la aparente dispersión de los temas, y la falta de sistematización, las diferentes ideas y significaciones que surgían no eran independientes unas de otras, sino que existían entre ellas conexiones más o menos íntimas que daban a sus conceptos cierta estructura unitaria de la que pude derivar importantes conclusiones.
Su impecable conducta y la finísima atención que ponía al más mínimo detalle, contribuían a desarrollar estrategias que movían nuestra voluntad evitando siempre cualquier conflicto. H. nos impuso la creencia de pertenecer a una comunidad donde coexistían la vida y la armonía, fuimos convencidos de formar parte activa de una estructura determinante de nuestra supervivencia. Su liderazgo fue aceptado por sus virtudes, disciplina y conocimientos.
H. brilló siempre como un sol dorado.
Años más tarde, en el baño del camarote del buque mercante Mérida, mientras miraba incrédulo el muelle del puerto de Veracruz y aprendía a lavar mis calcetines, me di cuenta de que Mariquita, mi padre y H. ¡me mintieron!
El poder basa su estrategia en el engaño, orientado al objetivo superior de someter sin confrontación (emoción).
Y todos ellos, cada uno a su manera, comienzan por destruir la institución de la familia. Platón. Jesús. Los primeros comunistas. Los nazis. Los militaristas y los pacifistas militantes. Las sectas ascéticas y las orgiásticas (tanto antiguas como modernas). Primer paso hacia la redención: la eliminación de la familia en favor de una integración total en la Familia Revolucionaria.
Alexander Gideon