De R. para Z.

Hola, Z.:

Es la segunda vez que escribo esta carta. Falla mi procesador de palabras. Suelo escribir cuando me llega el impulso. No me gustan las imposiciones y yo sé que hacer estos ejercicios no lo son porque son parte de mi compromiso con el seminario, pero tengo un espíritu un tanto rebelde sin causa del que no siempre me libero. En fin.

Como quiera que sea, he pensado todos estos días en el contenido y, de acuerdo con las misivas anteriores, continúo con el tema que, si bien no es el propósito cabal de este ejercicio –el diálogo epistolar–, busca la continuidad en este intento de diálogo que bien puede ser un soliloquio.

Siempre procuro que ejercicios de esta índole recaigan un poco en la literatura. Aunque, ¿qué no es literatura? Literatura puede ser cualquier cosa, más tiempo. ¿Será?

A fin de continuar con el tema de este diálogo (¿interior?), prosigo con la idea que planteé desde la primera de las cartas: el amor.

En mis cartas anteriores, las que antecedieron a esta versión, empecé anotando que el odio no es opuesto al amor. Decía también que la existencia del uno dependía del otro. En el diseño tipográfico (una de mis pasiones), las letras son, no sólo el contorno (la forma), sino también el vacío que contienen (la contraforma). Sin ambos elementos, las letras no son eso y, por lo tanto, no son letras, no comunican.

El amor y el odio, para mí, podrían verse en ese orden. No me veo a mí misma sin todas las cosas que amo y sin todo lo que odio. Si soy capaz de verter ese lado oscuro de mi alma, es porque tras de sí hay un amor profundo. No necesariamente hacia algo o alguien. Sólo son eso: amor-odio. Ambos elementos se contienen. Son materia de la misma sustancia. En el arte, y en particular en la literatura, lo que no se dice es tanta sustancia como lo escrito sobre las páginas. En un avión se registra un lado del vuelo: lo que vivencia la tripulación, la ruta, el despegue, el arribo, el aterrizaje. Eso miramos como pasajeros. Podemos percibir también una parte relativamente ajena al mirar las maniobras de las asistentes y de soslayo a quienes llevaron el vuelo a término (los pilotos). No estamos capacitados (¿o sí?) para mirar o interpretar lo que la caja negra guarda de ese trayecto en el que transcurrimos todos los que montamos la nave, y ni siquiera, al menos que ocurriera un incidente, pensamos en ella.

La caja negra es lo que subyace y que, bajo ciertas circunstancias, se vuelve visible a nosotros.

Como alguien que se dedica a la escritura, te puedo compartir que en mis guiones de ciencia (que es lo que hago desde hace cuatro años), el vuelo por donde atraviesan mis tripulantes es el video terminado, que se repite a través de las redes sociales por donde se distribuye. Su caja negra es todo lo que traspasé para dar término a la versión final del guion.

Tras de un guisado, entre los muros de una casa, dentro de nuestros bolsos, en nuestra propia vida cotidiana, existe una caja negra, un lado oscuro o luminoso, que es el cimiento de lo que somos y que justamente produce el balance entre el amor y el odio.

¿O tú cómo la ves?