De T. para M.

Toluca, México, 12 de diciembre de 2020.

Estimada M.,

He pasado demasiado tiempo pensando en cómo resolver esta carta. El tema me ha quitado el sueño y me ha puesto angustiada. No puedo seguir posponiendo su redacción, el plazo se ha vencido. Creo que no me queda más que declararme incompetente para la ficción. No puedo hacerlo, nunca he sido capaz de inventar la más breve o sencilla historia. Siempre que había ese tipo de ejercicios en la escuela, cursos y talleres, entraba en la misma angustia y terminaba narrando alguna historia ya dicha, con leves modificaciones. Creo que soy menos mala contando las cosas que pienso y que me pasan. 

Pensar tanto en la mentira me ha llevado también a pensar en el cinismo. Si todos fuéramos capaces de ser un poco más cínicos (principalmente con nosotros mismos) nuestra vida tal vez sería mejor. De alguna forma el cinismo es una forma de autoconocimiento, de autoobservación y de autoafirmación. Creo que el cinismo tiene un poder liberador que hemos subvalorado o mal visto socialmente. En lo personal, me gustaría ejercerlo de una forma más resuelta, pero aún sigo atada en muchos aspectos. Aunque mis hermanas y mi madre piensen que yo soy cínica, en realidad yo me siento una amateur. 

Revalorar el cinismo podría ser un paso para revalorar también la mentira, aunque esto parezca contradictorio. La RAE dice que el cinismo es la “desvergüenza en el mentir”, pero también es la imprudencia, la obscenidad descarada, ¿es el cinismo lo contrario de la mentira?, ¿o más bien es la exhibición de la misma o de un conjunto de ellas? La actitud del cínico nos es incómoda porque su descaro saca a la luz las mentiras que hemos convenido socialmente. ¿Cuál es la peor mentira?, ¿la que nos dicen?, ¿la que nos decimos?, ¿la que queremos creer?, ¿la que construimos y cuidamos entre todos? Tal vez el cinismo es ese camino que proponía Humberto y que yo con mi poca destreza sólo puedo analizar pero no transitar narrativamente. 

Tal vez Una forma de vida, a fin de cuentas habla de eso, de las mentiras que se cuenta Amélie y de las que dejó de contar Melvin en pos de otra cosa, en pos de la única forma posible de continuar esa historia. Todos hemos mentido. A todos nos han mentido. Las mentiras de todos los tamaños y tipos inundan nuestras vidas, incluso las ficciones que nos contamos al espejo, sobre lo que somos o lo que queremos ser para los demás. 

Lanzo botellas al mar con la esperanza de poder continuar este diálogo más allá de este supuesto final

• ¿Podemos imaginar una vida sin mentiras? 

• ¿Qué hacemos con ellas cuando las descubrimos /sopesamos / dimensionamos / conocemos? 

• ¿Se acaba la mentira cuando llega la verdad

• Siempre que perseguimos una mentira, ¿vamos detrás de la verdad? • ¿Se trata solo de mentira y verdad

• ¿Se puede vivir sólo de verdad

Más allá del “deber ser”, o en este caso del “no deber ser”, la mentira es, está, existe, nos habita. La reconocemos en nosotros, en nuestros huesos. La vemos en los demás. La promovemos y la padecemos. La mentira duele porque nos pone a los ojos del otro como “incapacitados” para recibir/entender/procesar la verdad. Pero finalmente, todo es relativo: mi verdad, mi mentira, mi caja negra. 

Querida Maribel, espero un día poder escuchar o leer lo que piensas al respecto. Las últimas semanas me han hecho evidente la necesidad del diálogo en mi vida. Espero que de alguna forma sigamos ayudándonos a entender. Te mando un gran abrazo desde esta fría ciudad que bien conoces.

Con agradecimiento,

T.