De T. para M. y Z.

Toluca, México, 1 de diciembre, 2020

Apreciadas M. y Z.,

No recuerdo saber si ustedes se conocen, busqué en mi memoria de las sesiones compartidas las últimas semanas, pero no encontré referencias que me ayudaran. Tampoco sé de qué me serviría saber eso para escribir esta carta. Esta carta que, desde mis ojos, arbitrariamente las empareja, las hermana.

Escribo esta carta a destiempo, así que no sé si tiene caso ya hablar del amor, del poder o la mentira, por eso prefiero hablar de ustedes y de mí, de nosotras. Son sus letras, sus palabras las que me provocan escribirles a ambas. Ayer releí todas las cartas y no pude dejar de notar en las suyas dos cosas en común: la transparencia y la fuerza.

Como le decía a Rosa en la carta que le escribí, cuando algo me gusta mucho me causa envidia y no lo siento como un mal sentimiento, es mi forma de sentir que me descubro fascinada por algo que siento ausente en mí, que me falta. Por eso tiendo a decir que es “envidia de la buena”, pero me han dicho muchas veces que eso no existe, ¿será?

Las cartas de ambas me producen envidia porque son un reflejo de la forma en que ustedes pueden procesar y asumir las cosas. Las leo tan libres, asumiendo el pasado, procesando el presente, suponiendo sin grandilocuencia un futuro (que no por eso no pueda ser brillante).

Yo siempre me siento al borde de una crisis existencial, no de adolescente, no de histérica, no de depresiva. Más bien, para mí, vivir es constantemente un vértigo, lo ha sido desde siempre, desde que tengo memoria, y ha tenido varias formas de manifestarse, intensidades diversas. Para mí todo es grave, todo es trascendental, nunca me siento lo suficientemente preparada para nada. Si pensara demasiadas horas al día estaría paralizada. Afortunadamente existen las rutinas y las actividades que tenemos que hacer para sobrevivir, eso me distrae del vértigo. Si no tuviera un hijo o el interés/amor/responsabilidad suficiente para ocuparme de él, sería una adicta al trabajo, estoy segura de ello.

Por eso admiro lo que me dejan (o quiero) ver en sus letras, la fortaleza de haber asumido experiencias y situaciones y el valor de ser transparentes y de mostrarse como son. Admiro su no tener miedo, aunque seguro lo han tenido, porque el tipo de valor que proyectan sólo puede venir de alguien que lo ha transitado.

Hace un par de años, Yessica me invitó a algo que también era una especie de laboratorio, pero con el cuerpo. El proceso y lo que sucedió no es sencillo de explicar para mí y temo no hacerlo bien, así que sólo hablaré de la experiencia y el resultado. Creamos un espacio donde se percibía que en determinados momentos un grupo de personas puede actuar como una parvada, pero no de forma instintiva, básica o primitiva. Ese actuar estaba basado en varios principios: la confianza en los otros (vernos y verlos despojados de intenciones con los cuerpos más allá de “estar juntos”); el respeto a la decisión de seguir a otros o de tomar la iniciativa; y la horizontalidad sin propósitos más allá de compartir tiempo, espacio y movimiento. Nada más que nuestro cuerpo y movimiento para “estar juntos”. El resultado fue una masa de gente moviéndose como una parvada o un cardumen.

Seguro han visto a lo que me refiero. Con o sin razón aparente se forman grupos pequeños, otros más grandes, el grupo se separa, vuelve a unirse, toma un rumbo, cambia de dirección. De pronto el movimiento se sincroniza totalmente entre los miembros del grupo, en otros momentos es disímil. Unos permanecen juntos por más tiempo que otros, otros nunca se separan. Por momentos funciona como un todo, en otros está completamente fragmentado. Hay muchas teorías acerca de estas hermosas e hipnóticas danzas de aves y peces y seguro hay otras personas que pudieran explicarlas mejor que yo.

Pero lo traigo aquí porque me parece que eso es lo que pasó también en el laboratorio en diferentes momentos. Así nos veo, moviéndonos desde hace un mes y medio (me parece tan poco tiempo y siento que han sucedido tantas cosas). Imagino así esa red de cartas, liándose unas con otra, uniéndose y separándose semana a semana. Eso creo que hemos sido, una parvada moviéndose en una danza contundentemente voluntaria. Y sin embargo el dibujo de nuestro movimiento es distinto a los ojos de cada uno.

Esta carta es por ese momento en el que yo imagino que ustedes vuelan juntas y me enseñan algo que siento que a mí me falta.

Con cariño,

T.

Foto: Silverio Orduña

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