De W. para J.J.
Querido Juanjo,
Desde el inicio de este ejercicio colectivo tuve en mente la intención de escribirte, me había detenido puesto que no decidía cuál de los varios temas con los que siento afinidad y coincidencia debía abordar primero contigo. El haber esperado, y más bien ser yo quien recibiera una carta tuya, me ha hecho mirar un detalle de mi proceso reflexivo-creativo (no quisiera llamarle sólo pragmatismo a lo que hago). Me ha sucedido que, cuando acciono alguna práctica cultural, me resulta muy interesante identificar una “entrada” como vía y pretexto para desarrollar esa acción en el universo donde quiero incidir; siempre hay gestos, detalles, palabras, motivos. Cuando he hecho música o cuando he tenido que participar en una discusión, han sido una nota o una palabra las que me han puesto en medio del acto significativo. Me gusta pensar la carta que me has enviado como una forma de realizar aquella conversación contigo como si fuera una dupla colaborativa, me has dado premisas que con mucho entusiasmo quiero aprovechar para contarte un poco sobre algunas preocupaciones que me han rondado desde hace tiempo.
Como experiencia de significación sobre la (mi) identidad contemporánea, creo que es la migración el elemento potente a la vez que problemático que se ubica en el centro de tal construcción, y me refiero, sí, al acto de migrar geográficamente, pero también al acto de habitar una latitud distinta a la que por origen, tradición o circunstancias, determina las mentalidades de los sujetos sociales- seres humanos en continuo flujo y transformación del sentido. El estado de Nuevo León es un territorio hecho por la migración, desde las antiguas tribus chichimecas (borrados, alazapas, gualeguas, rayados) que transitaban por la zona árida, hasta las doce familias españolas-sefardís que lograron asentarse tras los tres intentos de extender la Colonia tardía al norte de México, encabezadas por Alberto del Canto, Martín de Zavala y Diego de Montemayor.
En alguna ocasión, hablando con Coral Aguirre sobre su libro La pasión del Diablo, que trata sobre la tradición de “Chicaleros” en Galeana en el sur del estado, me dijo que ella consideraba que en el sur de Nuevo León había una fuerte influencia de la cultura pame. Coincidimos en que tal vez los flujos migratorios más antiguos de las culturas del centro sur y la huasteca a Nuevo León habían entrado por lo que hoy es Doctor Arroyo y Linares. Su hipótesis me resulta muy interesante en la consideración de que identifica el flujo migratorio de personas provenientes de culturas del centro sur mucho antes del siglo XX, en que se alude al proceso de migración que dotó de mano de obra a la incipiente industria. El caso de Fundidora Monterrey es un capítulo aparte, ya que esa fue la industria que mantuvo el proceso migratorio durante casi todo el siglo pasado con gente proveniente de otros estados, como Durango, Zacatecas, Coahuila, Tamaulipas, San Luis Potosí, y de muchos municipios rurales de Nuevo León que perfilaron la dinámica urbana del Monterrey que hoy llega a casi cinco millones de personas.
Querido Juanjo, sé que tú tienes raíces culturales en el municipio de Agualeguas, ¿qué piensas de la dinámica/experiencia migratoria de la gente de ese lugar a la capital del Estado y también probablemente a Texas en Estados Unidos? El proceso migratorio en Nuevo León ha sido continuo pero se ha transformado: a las primeras migraciones del siglo XX le siguieron los procesos de crecimiento de la ciudad y su necesidad de más mano de obra, ahora en los ramos públicos y de servicios.
En ese potente siglo XX existió, como bien dices, el Programa Bracero, en el que tu abuelo Wenceslao se inscribió para ir a trabajar a Estados Unidos, un programa que daba a los trabajadores una formalidad que no se ha vuelto a repetir a lo largo de la historia. Se decía que incluso existió una gran remesa internacional que el gobierno de Estados Unidos había entregado a México para ser restituido a quienes participaron en aquel programa. Lamentablemente, debido a la corrupción y el abuso de poder, el dinero llegó a cuentagotas o no llegó a quienes habían dejado de trabajar el precario campo mexicano para trabajar en las plantaciones de Estados Unidos. En el municipio de Villaldama aún existe una comida típica que era vendida a la gente que pasaba por la antigua estación de tren, le llamaron “lonche de cabrito”; por esa vía pasaron muchos “braceros” que procedían de todo el país y que fueron en busca del sueño americano de ese tiempo. En uno de esos trenes viajó mi abuelo, quien al igual que tu abuelo fue a Estados Unidos a trabajar en el programa Bracero. En uno de esos regresos a México, mi abuelo decidió quedarse en Monterrey, aquí siguió trabajando, fue capitán de la policía por más de treinta años en un estado que tuvo que poner orden a su propio crecimiento inevitable. Tuvieron que dejar su campo para ir a trabajar al campo de la nación más poderosa del mundo. En la década de los 80’s yo nací en Nuevo León.
Sigo creyendo que Nuevo León es un territorio fuertemente determinado por la migración, es probable que ya no con las nociones del proceso histórico pues la migración se ha dado también a las instituciones educativas y a las plantas trasnacionales que han requerido un nuevo perfil de empleados con más educación. Tomando en cuenta el discurso político como altoparlante de las ideologías y del ejercicio del poder, la cuestión migratoria no se ha asumido con suficiente claridad; a veces es referida más como un problema y no como una condición de interculturalidad, como un tema de cantidad y no de cualidad.
Hace tiempo, en la Antigua Escuela en Fundidora, donde también coincidimos en el tema de la fotografía, diseñamos el Dr. Camilo Contreras y yo un laboratorio llamado La Ciudad como ámbito y territorio. Mediante duplas interdisciplinarias de artistas y científicos sociales, tuvo lugar una serie de reflexiones y prácticas cuyo punto de coincidencia era la ciudad y sus procesos; resultaron diálogos interesantes, miradas donde la ciudad se vio como una escultura social en potente organicidad. La mayoría de los proyectos transitaron por el concepto social y por la noción artística de la migración.
Considero importante que el ejercicio de poder que suceda en Nuevo León vea la entidad como una experiencia sociocultural dinámica, en expansión, y derivado de ello, contemple la pertinencia de asumir con claridad el proceso histórico y contemporáneo de la migración como un elemento clave para el desarrollo integral, justo, equitativo, incluyente y solidario de sus habitantes. Juanjo, me imagino interesante un nuevo laboratorio donde se aborden las identidades culturales contemporáneas a través del cuerpo, el tiempo, el espacio, la imagen y la diversidad sexual; creo que le vendría bien a la ciudad en este tiempo, ¿qué opinas?
Te agradezco mucho que me compartas el recuerdo de tu abuelo a través de mi nombre, me entusiasma mucho, al igual que cuando alguien me dice alguna forma particular de pronunciarlo. Giampiro Bucci me decía “Venceslao”, con su acento italiano. Recuerdo que un hombre, que conocí cuando iba de Amsterdam a París, me dijo que en Praga se pronunciaba “Veslof”, ahí el nombre de Wenceslao está muy presente en la vida cotidiana pues está asignado a plazas y catedrales en honor al antiguo rey de Bohemia que también fue declarado santo. Aquel hombre se llamaba Alex, era de gran complexión física, barba, de tez clara.
Sabes, Juanjo, no sé se si algún día te dije que te conocí primero a través de tus imágenes fotográficas y luego personalmente, fue con aquel proyecto que se exponía en otoño en la Fototeca. Recuerdo que era una serie de retratos de gran formato de hombres grandes y fuertes; aquella aproximación a tu universo me pareció fascinante, íntima e icónica. Pienso en los rasgos físicos de aquellos personajes y creo ver incidencias del sincretismo cultural, de la migración. A veces el poder se expande en las posibilidades del cuerpo. Me pienso a través de esas imágenes tuyas, como si fuera yo quien apareciera en los retratos. La migración es un acto de poder.
Querido Juanjo, me hubiera gustado conocer a tu abuelo. Aparte de mi padre nunca he conocido a otro Wenceslao personalmente, los he conocido solo de oídas o en imágenes.
Te envío un gran abrazo fraterno.
Wenceslao.