De Y. para F.

F.,

Después de leer todas las cartas, recordé las luchas y el boxeo, lo cual me parece una mentira espectacular con la carta que le escribes a R. Hablo de las luchas de este siglo, de las que he alcanzado a observar con detenimiento. Esas coreografías corporales en donde indudablemente piensan en el cuidado del otro y los reflejos son su mejor aliado, por eso el ring tiene esa duela de madera en la que los cuerpos rebotan y los golpes se aminoran, las cuerdas son flexibles y hasta las sillas con las que luego se abren la cabeza cuando se les pasa la mano, son de plástico, “un oficio en el cual el hombre se valga de su habilidad y su fuerza”, como bien dices. 

En Cuernavaca se organizan unas luchas en las que participan las personas que trabajan en el mercado que está en el centro. Después de una larga jornada de trabajo y cuando cae el sol, se reúnen ahí el pollero, el carnicero, la señora que vende flores entre otros curiosos, una vez a la semana. En un ring improvisado luchan, mienten, se notan cansados pero quieren jugar. Pelean el carnicero con el pollero mientras que la señora avienta flores al ring cuando se presentan y después grita con todo su ser cientos de leperadas a los luchadores, calentando los ánimos. En el boxeo se dice que siempre están arregladas las peleas, hay mucho dinero de por medio para ver derrotado un cuerpo. ¿Qué locura, no?, ¿Te has peleado alguna vez? 

Cuando viví en Mexicali entrené box con un profesor cubano. Fui con una amiga a inscribirnos, éramos las únicas dos mujeres, teníamos que entrenar por igual. Después de un par de meses nos dijeron que era hora de subir al ring, nos pusimos las caretas, guantes y subimos. Cuando la tuve enfrente mientras todos nos gritaban, me paralicé. No podía pegarle a mi amiga. Estuvimos unos minutos moviéndonos sin pegarnos, hasta que ella se animó y esa gran mentira que yo veía como espectáculo, me retumbó en la cabeza. Me quité la careta y dije que no quería pelear más, sólo seguir entrenando. 

He llegado hasta aquí pero siento que me falta saber más sobre Una forma de vida  para terminar de escribirte. Llevo un cuarto del libro leído. Sigo. Cuando llego a “¡Queremos tener hambre!”, me doy cuenta de que desde hace una hora, quizá más, tengo hambre pero me parece muy temprano para cenar. Sigo. Me levanto y camino hacia el refrigerador leyendo en voz alta. Me reconozco en Melvin. Saco unos tacos de carnitas del congelador, unas fresas, frambuesas y zarzamoras. Coloco taco y medio en el sartén y a las frutas las pongo en una cazuela con miel, todo a fuego lento. Melvin se pregunta, “¿Qué proporciona la sensación de haber llevado a cabo un acto?” 

Recordé cuando me hice el primer tatuaje. Una palabra que puedo mirar como quien mira la hora en su mano izquierda, ¿hambre? Una amiga me tatuó esa pregunta una semana después de haber salido del Vipassana. Salí de ahí dudando qué era eso. Pensaba que no se podía controlar, que era un estado inevitable del cuerpo y ahora no entendía nada. Durante ese curso comimos sólo vegetales y algunos cereales. Bajé 3 kilos en esos diez días. Mi hambre no había sido consumada porque no comía proteínas animales. Estaba en una contradicción consumiendo algo que me alimentaba pero no me saciaba. No era la única, cuando entrábamos a la sala de meditación, una orquesta de tripas proclamaban su hambre mientras que nuestros pensamientos intentaban fugarse. Esa sensación de estar comiendo y perder peso era la de estar llenando un hueco sin fondo. Lo primero que hice saliendo de ahí fue comerme un taco en una esquina del pueblo más cercano al que llegué gracias a una chica que conocí ahí. Ambas nos detuvimos sin dudarlo frente a los tacos. Por fin mi hambre fue colmada. ¿Alguna vez has luchado para evitar o satisfacer una sensación corporal? Recordé lo que se preguntó Fabiola sobre la caja negra pero en relación con el hambre, “¿quién podría entender alguna caja negra hambre que no sea la suya?” Por eso las lentejas que cocino comienzan con un tocino frito.

Y.