De Y. para J. de S.

De Y. para J. de S.

3 de mayo de 2021 

Querido José: 

Espero que te encuentres muy bien. Sí, nos hemos visto en varias ocasiones en exposiciones y nos saludamos, pero no hemos platicado mucho. Y bueno, ahora que nos volvamos a ver de seguro vamos a comentar del seminario y de Humberto.

Sobre el proyecto “¿Cuál ha sido tu peor dolor?”. Fue un proyecto que realicé en 1998 y se presentó en la Reseña de ese año y en la extinta BF15. El formato era la fotografía y el texto montado en el muro con un marco de 50 x 120 cm. Lo que pasaba al estar presentado en ese formato, es que el espectador no leía los textos y los textos eran muy buenos; y yo tenía que estarles diciendo, “lee el texto”, “mira, lee este que no está tan largo y vas a empezar a leer los otros”. Me quedó con un poco de frustración que la gente no leyera porque los textos eran una parte muy importantes del proyecto. Así se quedó hasta que en el 2015 conocí a Virginie Kastel y ahí platicando le dije, “tengo un proyecto que funcionaría mejor como libro”, se lo mostré y se publicó en 2016. 

La pregunta la hice a personas que confiaban en mí y los grabé sin que se dieran cuenta, abusé de su confianza. En este momento no te haría la pregunta a ti porque intuyo que esa respuesta no me la darías. Me llama la atención que digas que las personas se abrieron, es muy curioso porque al oír los dolores le dije a Pierre Raine, “no creo que deba poner el retrato de la persona y su dolor”, y Pierre respondió, “¡claro que no! No lo debes hacer amarillista (el libro en mi inconsciente lo decidí amarillo 18 años después), tienes que ver cómo lo resuelves”. Entonces tenía un ejercicio que había estado realizando y consistía en retratar los cajones personales para ver algo de la personalidad de sus dueños, así que lo tomé para el proyecto. Ahí fue cuando les tuve que decir a las personas (la mayoría eran amigos que después de eso ya no fueron mis amigos, no te creas) que los había grabado sin que se dieran cuenta y que quería retratar su cajón personal, sólo a dos no se los mencioné, pero a todos los demás sí. Ah, pero a lo que quería llegar es que, para el libro, escribió un texto Cristina Kennington, psicóloga, y cuando vio el proyecto hizo una observación sobre cómo los dolores los guardamos como en un cajón, a la espera de que alguien nos pregunte para abrirlo. 

Te comparto la reflexión de Cristina Kennington. Ahora que lo vuelvo a leer saltan otras cosas.

26-02-2016

“La gente que amo le hago daño”, “Siempre hay un dolor de una manera u otra”, “Una pérdida se tarda mucho en sanar”, “No puedo comparar un dolor con otro”, “Mi pior dolor, mmm…. toda la vida, si te lo dijera”, “Nunca he tenido un dolor que me haya hecho pedazos”, “Ese fue mi segundo peor dolor, haberme quedado”, “Como que con la música, el dolor, te calma”, “¿De qué te deshaces?”, “Es un secreto que no te voy a platicar”, “La pancita, la pierna y el pie y la cabeza”. 

El dolor físico se logra encapsular en un evento, una enfermedad, un nombre. El dolor emocional nos invade, nos confunde, marca el rumbo o nos deja sin él. Influye en lo que sentimos y lo que pensamos en nuestra vida diaria. Al realizar la pregunta “¿Cuál ha sido tu peor dolor?”, dentro de un contexto de fraternidad y amistad, se evocan los más íntimos recuerdos y dolores. 

Nuestros dolores los guardamos en la espera de que alguien los encuentre y tal vez así les dé un sentido… un sentido diferente. Secretos mal escondidos que ante una simple pregunta salen a flor de piel, cajones que se esconden a plena vista para ser abiertos por cualquier curioso. Tanto los dolores físicos como aquellos emocionales se convierten en parte de quienes somos, pueden ayudarnos a crecer o pueden impedir que lo hagamos. Tenemos una necesidad de comunicar lo que somos, lo que hemos vivido y aun lo que escondemos. Al comunicarnos con alguien que escucha, rearmamos nuestra existencia, procesamos lo vivido y profundizamos nuestra experiencia de vida

Así como el dolor, la necesidad de comunicar es vivida de manera diferente por cada uno de nosotros. Para unos es una necesidad incontrolable que brota ante la primera insinuación y para otros es una necesidad fácilmente ahogada. ¿Por qué recordamos? ¿Por qué no podemos olvidar? ¿Por qué acumulamos objetos? ¿Por qué no los podemos tirar?

En medio de los cajones y los secretos, el dolor del otro nos hace voltear a vernos a nosotros mismos. ¿Qué tenemos en nuestros cajones? ¿Cómo contestaríamos esa pregunta? 

De lo que guardamos en cajones, ¿cuánto hemos guardado por decisión, por voluntad? ¿Lo guardamos en orden o en desorden? ¿Nos ayuda a entender quiénes somos o nos impide reconocernos ante el espejo? ¿Qué podemos hacer con esto que guardamos? ¿Por qué (la mayoría) no limpiamos nuestros cajones? ¿Por qué evitamos voltear a ver nuestra alma? 

Tenemos la tendencia de guardar nuestras dolencias como objetos, como situaciones incambiables, inmutables. Pensamos que lo que “sucedió” es algo terminado, inmodificable. Estos recuerdos –objetos– los utilizamos como elementos para contarnos nuestra historia, nuestra identidad y nuestro destino.

Todos y cada uno de nosotros construimos nuestra identidad y nuestra vida a partir de las historias que nos contamos sobre nosotros mismos. En este recuento de historias le otorgamos importancia, valor y relevancia a diferentes elementos. 

A esto, dentro del psicoanálisis, se le nombra “narrativa” y ésta no es estática: la misma historia puede contarse de mil maneras. Aunque la historia no cambia y no podemos volver el tiempo atrás, sí podemos contarla más completa, darle énfasis a diferentes aspectos y así, mediante la narrativa, los procesos de reconstrucción, construcción y reapropiación nos permiten cambiar el sentido, ver la experiencia no sólo desde un ángulo sino desde todos los posibles, otorgar diferente gramaje a cada vivencia, e incluso fortalecernos de lo que antes nos debilitaba. 

Cristina Kennington 

Febrero de 2016

Un abrazo, 

Yolanda