De Y. para Z.

Querida Z.

A partir de la carta que le escribes a Marcela y después de escuchar a Marcela hacer la observación sobre el lugar que ocupa la caja negra en un avión y que los pilotos se saben grabados en caso de un accidente, me llama la atención cuando escribes, “Qué bueno sería que en los matrimonios hubiera una caja negra que tuviera un registro claro de dónde se presentaron las fallas para corregirlas”. Siguiendo la lógica de funcionamiento antes mencionada y trasladándola a las relaciones matrimoniales, encuentro una serie de posibilidades, ninguna para “corregir las fallas”, sino tal vez para reunirlas.

Se me ocurre que la caja negra puede ser una grabadora infinita y podría estar colocada en la mesa de la cocina, en el comedor y en las almohadas. Un aparato pequeño que pueda pasar desapercibido. Es más, con tantos avances tecnológicos podrían colocarla en los calcetines o en los botones de la ropa y las grabaciones quedarían guardadas en la lavadora. El problema aquí sería con las personas que viven en ciudades con mucho calor y que no usan calcetines, bueno, se puede adecuar, no tiene que ser una lógica Infonavit. Ahora, para poder revisarlo, tiene que ocurrir un accidente, es decir, se hace visible cuando hay un quiebre en la relación matrimonial y ambas partes creen oportuno comenzar de nuevo después de revisar las “fallas”. ¿Podríamos continuar en una relación después de revisar las fallas? ¿Quién haría esa revisión? ¿Quién las nombraría como fallas?

Hace unos años escuché en una conferencia de Briggite Vasallo, una escritora feminista española, un ejemplo que daba de un estudio que habían hecho con varias parejas recién casadas. Les pedían que habitaran en una casa con todo lo necesario para vivir por tres meses; en la casa había micrófonos y ellos sabían que serían grabados. Después de un par de años contactaban a las parejas para saber cuáles continuaban juntas y en qué términos. A partir de la información que obtuvieron de las grabaciones, notaron que las parejas que continuaban en buenos términos eran quienes habían podido resolver momentos simples de la vida, como por ejemplo: ponerle atención al otro cuando usa una camisa nueva, cuando se arregla el cabello. Decían que si puedes contestar de manera amable ante ese tipo de sucesos, también podrás resolver cosas complejas.

Cuando escuché eso, me di a la tarea de buscar tal estudio, para mí tenía un poco de lógica, pero había algo que no me checaba. Encontré que es un estudio que te puedes hacer por miles de dólares en una clínica en Estados Unidos. En efecto, te encierran con tu pareja en una casa, te graban y después te dan una lista y ayuda psicológica para llevar el camino “correcto” en la relación. Hay algo en todo esto que no sé si tienen contemplado. Vivimos en sociedades, no en grupos aislados en una casa, ja, bueno desde hace ocho meses es así por esta pandemia pero no lo ha sido en los miles de años que llevamos poblando este planeta.

Hace cuatro años fui a un curso de meditación Vipassana. Diez días meditando doce horas diarias, sin hablar, tocar o mirar a las otras 99 personas que están ahí intentando hacer lo mismo. Comiendo bien, menos carne, y durmiendo en un lugar cómodo en medio de un bosque fabuloso. Cuando sales de ahí, te sugieren que continúes meditando por lo menos dos horas al día, una por la mañana y otra por la noche. Cuando escuché eso pensé, “¡qué fácil! Sólo dos horas”. Al día siguiente de haber salido del curso tenía que dar clase. Me levanté, medité y salí a la universidad. Llegué a clase y pedí que escribieran dos cuartillas sobre lo que llevaban investigado acerca de su proyecto hasta ese momento y leerlo después para todos. Una alumna escribió sobre lo fea que le parecía mi voz. La escuchamos todos. Tardé en entender lo que estaba sucediendo. Vivir en sociedad, por algún momento olvidé que eso era posible.

Y.