De Z. para F.

Mexicali, Baja California, 17 de noviembre, 2020

Estimada F.:

¡Feliz cumpleaños! Supongo que el domingo fue un día muy movido. Llamadas de familia y amistades para celebrar una vuelta más al sol, visitas de tu círculo más cercano con un gran pastel para no dejar pasar el gozo de celebrar la vida. Sabes, cuando comentaste que sería tu cumple pensé: le postearé un mensaje en el tablón del grupo para desearle un gran día; pero me puse a limpiar los clósets a fondo y lo olvidé por completo.

He empezado a practicar la costumbre del maestro Romo de indagar sobre los temas que atrapan nuestra atención, así que antes de iniciar esta carta me puse a googlear para saber sobre el festejo de los cumpleaños. Leí varias notas sobre las costumbres de cada país y entre las que me parecieron más distintas a las nuestras encontré que embarrarse la nariz de mantequilla es símbolo de los canadienses para desear que se aleje la mala suerte, comer fideos extralargos es una tradición china que atrae la longevidad o jalar las orejas en España es para dar buena suerte según la edad cumplida, entre muchas otras. Es curioso cómo las costumbres son comunes y válidas para quienes las adoptan y para otros sólo cultura.

Mi martes comenzó a las 5 a.m. con una taza de café con una nota adhesiva que decía: parafraseando a Mark Twain te diré *donde estás tú está el paraíso*, tuyo, Sergio. He de confesarte que su café no es el de mejor sabor, pero al leer cada día sus mensajes, lo disfruto sorbo a sorbo como si lo fuese. Acto seguido le preparó su ropa, desayunamos juntos y cuarto para las 8 se despide y, como ya se me hizo costumbre, le digo: ¡un mundo te vigila, eh! Y sólo sonríe alejándose en su coche. Qué lento transcurre el tiempo hasta su regreso, pero tenemos la tarde para estar juntos, platicar y disfrutar una buena película. 

Te mentiría si te dijera que no conozco la culpa, porque todos de una forma u otra la vivimos en algún aspecto de nuestras vidas. Desde Adán y Eva hubo culpa. Pero sí creo en este sentimiento con el que desde pequeños nos aturden bajo el argumento de que todas nuestras acciones traen consecuencias y afectan a otros de forma directa o indirecta. Sergio, mi esposo, afirma que los dos sentimientos que mueven al ser humano son la culpa y el deseo. Lo cierto es que cada quien asume sus culpas de la mejor manera y sólo quien las vive sabe el degaste emocional que ocasionan.

Es tan fácil echar culpas y sobre todo juzgar a otros sin considerar siquiera las razones que están detrás de las acciones; es curioso cómo nuestra capacidad de escuchar se vuelve cada vez más limitada y siempre estamos listos para argumentar o justificar. Quizá sea importante volver a los tiempos donde los padres daban órdenes y, sin hablar, con una simple mirada uno sabía que debía callar.

Me despido con una última idea: el hombre como ser racional debería detenerse y meditar como parte de su rutina diaria para dar oportunidad al autoanálisis, como un GPS que cuando no seguimos la ruta que nos indica sugiere REORIENTARNOS para llegar a nuestros destinos sin necesidad de perdernos en rutas largas y llenas de baches.

¡Sólo se trata de vivir!

Z.