De Z. para M.

Mexicali, Baja California, 28 de Octubre, 2020

Querida M.:

¡Toma, para que te entretengas el fin de semana! Y así sin más, dejó caer sobre la mesa del salón de clases el libro Demasiado amor de Sara Sefchovich. Esa sería la primera vez que escucharía la voz de quien es hoy mi felicidad perpetua. Su nombre es Rommel y tú ya bien lo conoces, pero esa historia no es de PODER, sino del tema anterior, el AMOR. En los siguientes párrafos te hablaré de un cuento previo, tan real, que al teclearlo me produce escalofrío.

Reconozco que experimentar sobre los hombros el PODER de otro aplastándote, consumiéndote cuando su dominio es inconcebible, absoluto y temible, puede ser un verdadero calvario; sin embargo, en esta carta quiero compartirte que a pesar y por encima de infinidad de vivencias terribles existe una razón para seguir y darles a nuestros semejantes la sonrisa que reconforta el alma.

Yo fui sometida a tonterías, como no poder vestir a mi gusto y tener que llevar puesto un amplio pantalón y sudadera, o una camisa holgada; e incluso a otras cosas, como ser testigo de constantes infidelidades con la insolencia de la frase: “de la muerte y de una cobijeada nadie se salva”. En repetidas ocasiones fui golpeada y lastimada, me escondía en la excusa de frecuentes viajes repentinos que no eran ciertos; hasta que llegó la etapa de los hijos y tenía que fingir una sonrisa falsa y desgastada para ellos. Aquel hombre fue en mi vida una pesadilla, peor que cualquier película de terror jamás filmada. Su soberbia, su apatía y su incapacidad de renunciar a su PODER controlador lo llevaron a la muerte.

Y te preguntarás cómo logré escapar de esa vida. Pues todo tiene un límite y el mío llegó cuando agredió a mi primogénito. Ahora te explico la escena. A la hora de la comida, mi hijo de 7 años de nombre Parneli, se reusaba a comer una crema de zanahoria que yo había preparado. El hombre le ordenó: ¡te la comes en este momento! Inmediatamente después de tan impetuosa orden, el niño se llevó a la boca 3 cucharadas de crema y acto seguido vomitó la crema en el plato. La necesidad de que su voluntad fuese acatada hizo que tomara el plato con vómito y a cucharadas obligara al niño a ingerirlo de nuevo.

Ese día supe que debía huir lejos de ese monstruo incapaz de renunciar a su autoridad, a su PODER su dominio. A la mañana siguiente, cuando se había ido a trabajar, preparé una maleta, la carriola, tomé unas monedas de un cenicero y me salí por la terraza del segundo piso. Caminé por unos 45 minutos y busqué un teléfono público para pedir un taxi que me llevó a casa de mi madre y ahí me quedé.

El hombre acudió ahí un sinfín de veces, quería llevarme y quitarme a mi hijo. Ya ni te platico la cantidad de escenas que vecinos, hermanos, patrullas y familia tuvieron que presenciar. Ese verano me decidí a terminar la prepa e iniciar la universidad. Sin embargo, mis limitaciones económicas para alimentar a mi niño y pagar mis estudios no se hicieron esperar y sucumbí en mi intento de hacerlo sin su ayuda. Ahora no viviría en su casa, sino que sólo le serviría como recreación a cambio de una mensualidad. Largas eran las horas con él, al igual que la angustia de prestarle a mis hijos a cambio de su dinero.

Hasta aquí llega mi carta, creo que te queda claro el concepto que yo aprendí del PODER cuando aún era muy joven. Hoy te digo que la vida es simple para algunos y compleja para otros y es fundamental que aprendamos a utilizar nuestro PODER de la forma que sea para abrigar y beneficiar a otros. Nada nutre más nuestras vidas que el trato, la convivencia y la buena actitud al interactuar en sociedad. Me despido con esta idea deseando que al leerme encuentres distintas formas de utilizar tu PODER para bendecir a quien esté a tu alcance. 

Abrazos sinceros,

Z.