¡América! Te interpreto intensa, paradisiaca y tan grande como el continente. Te confieso que estaba exhausta, a punto de dormir, pero al leer tu carta rompí en llanto. Me conmovió tanto (precisamente cuando describiste que de sus dedos salía energía como si fueren pararrayos)… La energía de tu carta ¡me desplomó! ¡Me hizo pensar en el amor a mi músico y en el amor que él demuestra por su guitarra! Hiciste bien en alejarte. Creo que es difícil superar una separación de pareja cuando el amor no ha muerto, pero es mejor si ese amor te duele; amputar una pierna si es que ya está gangrenada.
Me bastó un concierto para sentirme halagada de ser su esposa, y fue tan sólo por sus cualidades en la música. El que él fuera intérprete se me colgó como si fuese una condecoración adjunta a la solapa de un saco. Deduje que estaba enamorada de dos personas, de él y del duende que lo posee, dueño de su virtuosismo, otro ser que se desdobla a partir de él y se mimetiza con su guitarra. Para Pepe, la música es un suero de vida, es como un sedante, ya que él es también un hombre impetuoso y explosivo, y la necesita. Cuando toca es como si retornara al útero materno o como si hubiese una reconciliación con su ego lastimado, el que arrastra con sus inseguridades; es como si su guitarra fuera el contenedor del bálsamo reconstructor del alma. Es la música quien lo busca, quien lo reclama, quien lo posee.
Las notas musicales son también lo que mantiene unida a esta familia por alguna razón que desconozco. Aquella anécdota que conté sobre el sueño premonitorio que una vez tuve, una especie de advertencia sobre un accidente que tendría mi esposo (se cortaría el dedo de algún modo), resultó ser no sólo un suceso onírico, sino algo real. Distinto a mi sueño, quien sufrió el daño fui yo. He llegado a pensar que yo realicé un sacrificio de amor mediante un acto del subconsciente, como si le hubiese pedido al universo astral tomar su lugar en dicho accidente. Me corté el dedo pulgar derecho al tratar de abrir una botella de vino que ya estaba rota.
Te confieso, América, que a veces la música también cansa. A veces toca a las dos de la mañana y eso me impide conciliar el sueño. No tiene mucho que mi hija le preguntó si le podía enseñar a tocar la guitarra. Mi esposo tiene la idea de que los músicos están locos, (incluyéndose a sí mismo, claro) y en ese ambiente encuentra algo de hostilidad. Me sorprendió que le contestara que sí, que le enseñaría.
En cambio, respondiendo a tu pregunta, ¿a mí? A mí nunca me ha dedicado alguna pieza. La música la toca para él. Un día, mi músico dejó de invitarme a sus conciertos. Tal vez el amor se hizo más cauteloso o disminuyó. En tu caso, la llama de su pasión creció, según la describes, y el temor a una explosión de ese volcán te hizo alejarte. Yo creo que es la partitura que creamos en mi vientre, la melodía inédita que aún no interpretamos, la que nos mantendrá juntos.
Hace poco, mi hija pequeña de cinco años me dijo en una noche de insomnio que tenía miedo de que su papá nos abandonara, o peor aún, de que se fuera con otra mujer. Le dije que yo pensaba que antes de irse con otra señora, se iría a vivir con su guitarra.