Para D., K. y H.

Martes 13 de octubre, 2020

Querido David, estamos terminando el taller, tengo muchas ganas de escribirte pero está por comenzar mi clase de yoga. Nunca sé qué hacer al respecto, quiero quedarme escribiendo y también quiero hacer yoga; además, viene un amigo a verme y siento que no quiero hacer nada más que escribirte. ¿Te confieso algo? Me cuesta trabajo tomar decisiones con respecto a mis tiempos. Empecé a hacer un ejercicio de escritura todas las mañanas, de tres cuartillas, lo logro más o menos. ¿Te confieso otra cosa? Quiero controlar todo respecto a mí, a veces me sale, honestamente, y a veces no. Ahora estoy pasando por un duelo, así lo llamo cuando hay cosas que se van modificando en mi vida y que no podré controlar o cambiar.

Domingo 18 de octubre, 2020

¿Qué crees? No continué la carta ese día. Si paro de escribir ya no lo retomo tan pronto, pero hoy, después de leer la carta de Humberto para Andy, por fin me cuadró algo interesante. Estoy terminando de leerte, Humberto, estaba pensando en la normalidad de las cosas y en los personajes de Amos Oz, en lo intensos que pueden ser, en cuántos personajes intensos he leído o cuántos personajes intensos he interpretado, creo que todos son intensos si de interpretación hablamos. ¿Qué es intenso? Según la RAE es alguien que tiene intensidad, que es muy vehemente y vivo. Bueno, fue una duda que me surgió y quise buscar el significado de la palabra. Entonces, somos por naturaleza intensos, no importa si interpretamos un personaje o no.

Estaba también pensando en lo que dice Humberto en el segundo párrafo de la carta cinco que dirigió a Andy, acerca de las instituciones y que después retoma a propósito de la burocracia que comenta S. ¿Me pregunto si la burocracia es como la doble moral, qué piensan? Creo es una pantalla del poder. Aquí intentaré explicarme un poco.

La institución del mundo cívico, el lenguaje, la moral y la doble moral que nos caracteriza como sociedad, se traduce en mi mente como “lo que se debe o lo que se tiene que hacer en una sociedad” o mejor dicho, como “lo que uno debe hacer o no debe hacer”, o en la pregunta, “¿lo que hago es correcto o incorrecto?” Pero, ¿correcto según quién? Me agrada llamarle institución a lo que nos rodea (ya lo sabía, sólo que lo había olvidado). Pienso en la postura que tomamos respecto a todas aquellas instituciones que nos rodean, cuánto nos afectan o nos impulsan a mejorar en nuestras formas de ser, cuánto poder hay en ello, en lo que inevitablemente nos penetra como cultura, como hombres y mujeres. Humnerto escribió en la carta: lo que me interesa es que toda contradicción encierra la firma de una estrategia que se revela contra el pavoroso mundo de la normalidad. Contra el monstruoso mundo de la “normalidad”, diría yo.

Quiero entender la palabra estrategia en esto que escribe Humberto. Pienso que es ese espacio interno donde se teje un mundo de posibilidades, como si fuera una ruleta a la que le das vuelta y puedes elegir dónde para la flecha, pero no te quedas conforme y vuelves a darle giro a ver si sale eso que deseas. Entonces ya sé que es una estrategia (igual y ustedes no lo miran así). Cada vez que estoy revuelta y no sé qué hacer o no sé qué decisión tomar, giro y giro la ruleta lo más rápido posible para poder actuar. A veces no giro ni una ruleta y sólo me rindo. Pienso que esas estrategias nos ponen en lugares inciertos, con miedos y con decisiones que pueden acabar con nuestro mundo mental, como traicionarnos y crear historias monstruosas a partir de las instituciones en las que creemos y que inevitablemente adoptamos y hacemos parte de nuestra vida. Deberíamos hacer nuevas instituciones que no estén establecidas por un orden social común, lo cual en realidad creo que sí hacemos.

Recuerdo la palabra metrobús y la despedida, ésa por la que hemos pasado casi todos, ésa por la que pasé yo también. Ahora que leí la palabra que indica el lugar donde me despedí del hombre que amaba en la CDMX, ese metrobús en Insurgentes, recuerdo que me llevaba al tren suburbano y por primera vez me iba a vivir sola a otra ciudad, con los tíos de K. en un poblado lejano donde me habían rentado un cuartito muy bonito en un segundo piso. Yo destrozada y el hombre como si nada, fue la mejor decisión que pude tomar y la asumí, con todo su dolor, su desapego y su resignación. No había vuelta atrás, también fue en cámara lenta cuando lo dejé de ver en la calle, K. y yo adentro del metrobús, sosteniéndonos del pasamanos y las agarraderas de los asientos, y él, a lo lejos, me decía con la mano “adiós”. ¿Recuerdas, K.? Fuiste todo un rescate en ese momento para mi alma, K.; no lo recuerdo con nostalgia, lo recuerdo como una experiencia en otra ciudad, con mi amiga, en momentos muy duros y nada más.

Estaba feliz de estar con la familia de K. Fue muy lindo estar con ellos, comer comida de Hidalgo y viajar por el tren suburbano todos los días para llegar a mi trabajo en la ciudad. Recuerdo la despedida de R., el personaje de la carta que me escribió D., y que todos en algún momento nos recuperamos por más dañados que estemos; o a lo mejor no, no nos recuperamos nunca. Hay un futuro incierto, este encierro lo es, esta situación del mundo me tiene así pensando en lo incierto, pero me aferro al mundo que creo en mi mente y a la idea de que sí tenemos caminos prósperos.

Pienso en el poder de los países, en el poder que tienen sobre nosotros con tanta institución impuesta. ¿Te suena algo de esto, D., de qué manera resuena en ti? Yo creo que estamos muy controlados por todos lados, que no tenemos mucha escapatoria; a veces pongo telas imaginarias a esas instituciones y sigo caminando con tal de que no contaminen con su poder mis propias creencias.

M.