Para M. de H.

M.

En el rubro que dirige tu carta mandas una indicación que me hace pensar que me puede corresponder algo de lo que hablas, no está dirigido a nadie en especial pero entiendo que va para muchos que utilizan sin respeto el muy antiguo convenio afectivo creado entre perros y humanos. La manipuladora superioridad humana sin duda es algo a mi parecer reprobable.

La primera vez que leí como tema literario, como sustento de una ficción suficientemente organizada (no tomo en cuenta La noche de las narices frías de Walt Disney, por supuesto), que un perro pensaba con la lógica humana fue con el conocido libro Tombuctú (Paul Auster, 1999). Recuerdo que algo no me funcionaba en el texto. No podía imaginar que la ruta analítica de reconocimiento del mundo (así como la creemos) la tuvieran los perros… en fin, eso quedó en el tiempo.

Años después, un buen amigo, sabiendo de mi afinidad con estos nuestros amigos, me propuso leer La razón de estar contigo (Bruce Cameron, 2010) y casi desde el principio regresó la misma sensación, sólo que ahora barnizada con una ruta de repeticiones, algo así como un juego hilado por la reencarnación animal.

Hoy leo tu texto, Mariana, y comprendo que debería de explorar (por lo menos en mí) por qué se me dificulta tomar esa ficción como un parámetro de comprensión del mundo interior de ciertos animales. Porque he de decir que no me da problema si me dicen que un león puede hablar. Ahora recuerdo que en el Mago de Oz lo que más me gusta de la historia es que el perro es el único que no habla.

Regreso… leo tu texto y comprendo que los segmentos narrativos nos muestran la pérdida de la libertad en la relación del amo, y tambien el condicionamiento bajo la forma de un afecto que seduce y luego se degrada con una suerte de abandono. Estoy de acuerdo contigo en que muchos lo hacen o lo hacemos (siempre queremos imaginar que nosotros la llevamos bien) como una romántica idea del amor encubridor de una futura mentira; uso la mentira en el mejor de los sentidos: algo que busca ser la libertad, pero al final de cuentas se descubre que no lo es. A veces pienso que cualquier forma de amor es un acto de control (tampoco lo digo de forma negativa).

Pero me pregunto: ¿qué es lo que controlamos? ¿Acaso es al otro? ¿Podría ser el efecto de nuestro deseo diluido, que no quiere mostrar su impotencia? Esto último lo veo muy posible.

También quiero imaginar lo que no es mentira, lo que no se diluye, lo que exento de la palabra se conserva en la continuidad de los cuerpos. Es ahí cuando pienso en los perros. Ellos tienen una fidelidad afectiva y no por eso argumentan las lógicas del deseo. Claro, pero claro que sí desean, pero sin esa torpe y maravillosa representación humana que supone que todo lo sabe.

Si no puedo imaginar que hablen es porque pienso que en ellos, esa forma de conducirse es una dignidad, una capacidad, una inteligencia que sólo debilitamos al verla como si fuera la nuestra. Estoy de acuerdo contigo en que existen responsabilidades que hay que saber cumplir; si hablas de los perros, que hay que saber sentir y, si no se siente, pues ni mal ni bien. Es la historia de tener o no tener una capacidad, si no se tiene pues algunos dirían a otro perro con ese hueso”, aunque se escucha mejor: a otro humano con ese afecto”.

Sigo tratando de explicar esa inteligencia perruna: Eugen Stross, Inspector Superior escritor del “Cuaderno azul” de Pieza única (Milorad Pavić, 2005) decía: para alguien inteligente dos palabras son suficientes, y tres son demasiado pocas”.

Creo que los(las) perros(as) y algunos(as) de nosotros(as) están (estamos) en el primer caso, y el resto (al que tambien pertenezco) pues… hay que ponerse a hablar.

H.

5 de noviembre, 2020