A veces siento que sigo abrazada a la taza de café ——y que no se ha enfriado—-
Te escribo desde el mismo lugar desde el que abrí tu carta. Ha pasado un par de días y aquí sigue haciendo frío, tengo la imagen de las flores y colibrís, las sillas y la madera de la mesa de centro. Aquí la luz del sol de media tarde se cuela por la ventana logrando acentuar más el frío y las manchas que no he logado limpiar de las paredes que en algún momento fueron blancas o de ese color que se acerca a un posible vacío. Me gusta saber que en algún punto de esta suerte de espacio una mujer con gestos balanceados y agradables en el rosto, en calma /con (sin) la espera/ se detuvo a mirar el gesto que hago de manera inocente, quizá recurrente, desde el que busco soporte.
Mis manos haciendo un soporte, mis manos soportándome, mis manos tomando soporte.
Y me siento observada.
A modo de provocación alguien me dijo que sólo me sostenía para lastimarme y luego, a modo de reclamo, ese mismo hombre me dijo que preferir la soledad es una forma muy cómoda de evadir. Eso me ha perseguido años en el pensamiento. Llevo diez años viviendo fuera de la casa de mi familia, sola intermitentemente, acompañada intermitentemente, y este año, esta temporada aislada (tanto como puedo) me siento en calma, tranquila, hace meses que no me ataca la ansiedad. Este estado tiene un encanto y una belleza tan sutil que sólo la he podido asimilar desde el hueco que no busco llenar. Algunas veces me he descubierto asistiendo a viejas conversaciones en las que me sentí confrontada, el instinto se me aviva, el encuentro, la mirada de otro; pienso que es en un principio una forma de asimilar-se desde sí-hacia-el-otro en el mundo.
Hace años, cuando salí de casa, tenía el anhelo de vivir sola, el pretexto desde el que me sostuve fue que quería un taller de pintura y silencio. En el fondo siempre sentía la necesidad de espacio, no de espacio físico, sino de un espacio en el que me lograra reconocer. También sentí durante años la necesidad de evadir los conflictos que desde niña tuve con mi madre, ella dice que fui la mas rebelde y difícil, que nunca quise entrar en cintura. El año pasado, después de estar 15 días en el hospital, volví unos meses a casa de mi familia; nunca antes fui tan consciente de lo indefensa y débil que puedo llegar a ser. Mi madre dice que volví a nacer: ella me bañaba y yo dormía con ella en su cama. Volví a mi madre. Años atrás habíamos pactado una amistad y una alianza y después de este suceso asumimos que desde nuestras diferencias nos encontramos profundamente conectadas, con un amor mutuo, acompañándonos, aceptando lo que somos.
Querida Karla, te escribo desde esto que soy, y aunque me han dicho que volví a nacer, aquí entre nos, no renunciaría a ninguno de mis 36 años; esto incluye los días de hospital, en los que la vulnerabilidad y la enfermedad me dejaron indefensa y expuesta. Te escribo desde la herida y la cicatriz que muestra el momento en el que uno, en la inmovilidad, no tiene poder de nada más que esperar.
En el proceso de estos últimos meses en los que progresivamente fui sintiendo la fuerza en mis piernas y en mis brazos, en los que volví a dormir sin dolor, fui mirando con cariño la cicatriz y volví a mi casa. En mi pequeño patio hay flores, el aislamiento ha sido medicinal, y entre las muchas cosas que he comprendido, no sé si mejor o simplemente de forma distinta, está la idea de que la soledad es una forma de confort que nos mantiene tranquilos y ése es un modo en el que el cuerpo y la mente pueden sanar. En los días soleados me he sentido con el ánimo y la libertad de andar desnuda por la casa, exponiendo mis cicatrices, sin armaduras, y a la vez eso me hace sentir de manera mas profunda las relaciones, saborear el momento en el que frente al otro soy distinta; encuentro mis límites, el espacio desde el que me es posible reconocerme y enunciarme.
Esta que soy yo, con toda voluntad te la comparto, esta silla de bordes desgastados, esta habitación a medio tono, tibia, esta bebida que aún sabe a calor.
Gracias por lo que me compartes, me gusta pensar que en las casas en las que las flores florecen, hay vida viviendo.
Desde aquí, celebro tu vida. Feliz vida, te deseo mucha salud y voluntad.
Con cariño,
M.
Toluca, México, octubre, 2020
P.d. Soy pintora y voy en búsqueda de soporte, de eso que no sé, que no tiene soporte, de eso que es insoportable en mí, y lo digo sin saber si es a la defensiva o afirmándome en el mundo.