W. para H.

Querido Humberto,

Ha sido una grata emoción verte tan bien en una pantalla. Olvidaba tu inagotable capacidad para mostrarte, para reconstruirte, cada vez mejor que la versión anterior. Recuerdo que un día me contaste lo que alguien casi (te) reprochó: “no puedes funcionar como si fueras una institución”. Me viene como un epígrafe. 

Había dudado muchas veces dónde estarías: Coyoacán, Mérida, París, o mejor aún, conquistando un nuevo territorio. Me conformaba con la última vez que nos vimos y nos hablaste sobre tu investigación en torno a la melancolía y las controversias que había suscitado. 

Te imaginaba otra vez en esa frontera, esa que sabía habías transitado muchas veces. Hablo de tus trayectos altamente flamables entre lo académico y lo artístico, ahí donde fluyes como el mercurio por las puertas entreabiertas o entrecerradas. 

Por más que se trate de un doctorado en artes, asumo que la academia es un ámbito de poder total, un signo totalmente estabilizado. Me tranquilizaba, y lo acepto; casi me divertía saber que en algún momento podrías aparecer con tu conceptualización de la degeneración del signo. Me habría gustado conocer la reacción de quien dirigía académicamente el claustro doctoral. Quiero saber más sobre tu tesis de la melancolía. Me interesa estar al tanto del rumbo de tu pensamiento, eres mi maestro, me gustaría saber cómo has aplicado la triada semiótica de Pierce o si has experimentado un nuevo desplazamiento epistémico. 

Son buenas las controversias y sus variadas posibilidades, así sean dicotómicas de inicio, sobre todo en un tiempo en el que el veredicto es unilateral: la realidad. Una pandemia, siempre fatal e inapelable. Me pregunté muchas veces cómo estarías viviendo este tiempo. Si estarías bien. Quería preguntarte cómo te sentías, cómo veías; si era posible aplicar una maquinaria analítica semiótica a “algo” que parece carecer de sentido como principio. Este ha sido un tiempo extraño que nos enfrenta orgánicamente a la incertidumbre, a la vulnerabilidad y al caos. A lo efímero, el desplazamiento. El vacío. También hay un cúmulo de prácticas pendientes de significación.

En este tiempo creo que me abrazó la melancolía, dicha como experiencia y no como concepto, así con todas sus arbitrariedades. Te pido que me disculpes por no llamarte, creo que me sobrecargué de realidad. Me resulta extraño y entrañable el hecho de relacionar espacios y momentos en los que no estuvimos juntos, pero en los que estoy seguro de que tendrías algo apasionante que decir. 

Es mi voz la que trata de seguir la sonoridad y el registro de la tuya, como el coro que acompaña al solista en una ópera. En este tiempo pude revisar varias óperas de las que sólo tenía la referencia; Norma es monumental. Leí a Dante, a Sor Juana y a Paz. También practico la acupuntura china. Creo que decidí dejar que el tiempo pasara, que por sí solo el río volviera a su cauce. Aún no sé si algo volverá a ser como antes. De lo que estoy seguro es de que yo ya no soy el mismo. 

Cuando te digo que te he pensado aun en lugares donde no estuviste, te cuento que me encontré con unos poemas de Tomás Segovia, luego vinieron a mí un tiempo y un espacio latentes que aún me significan con potencia: octubre del 2011, sala de música del Centro de las Artes de San Luis Potosí. Era el final de un día fresco donde habíamos tenido una larga jornada del primer encuentro de arte y significación al que asistí. Esa noche, Deborah hizo un homenaje a Tomás Segovia. El poeta murió al mes siguiente, en noviembre. Aún me emociona recordar su suave lectura, sus poemas de despedida, el llanto de su mujer; la orfandad presagiada de los que estuvimos en la sala. Aún me sigue conmoviendo la idea del hombre ante el final de su existencia. 

Este Año 

este año todo llega sin demasiadas ganas 

está dudando todavía el verano 

si se lanza del todo

y ya tiene metido un pie en el otoño 

este año es a mí a quien incumbe 

que el avance del tiempo no quede embarrancado 

en un nimio arenal de indecisiones.

Tomas Segovia

Al iniciar el 2021, creo que puedo decirlo así: transité por una cúspide y un precipicio. Experimenté la fragilidad de mi existencia. La totalidad de la vida como un pequeño instante. Se lo debo al COVID. Puedo decir, como se dice en estos casos, que soy un sobreviviente. Después de ahí estoy en un nuevo comienzo, reaprendiendo como acto creativo. Me entusiasma volver a leer y a escribir contigo, a pensar, a escucharte. Para reaprender a mirar, qué me recomiendas. 

Te envío un abrazo virtual con el calor de todo el tiempo.

Wenceslao