De W. para Y.
Querida Yola,
La determinación de escribirte hoy es para mí un acto subversivo, una emergencia ante la domesticación de las urgencias. La propia autocastración, “procastinación” le llaman en este tiempo de lenguajes edulcorados. Vivimos en el desplazamiento de las prioridades del sujeto social ante los cauces funcionales de los sistemas de poder: económico, político y cultural. Habremos de recurrir una vez más a las micropolíticas como actos continuos de autoafirmación de la identidad y la sensualidad. Dice Terry Eagleton, el teórico cultural marxista, que la sensualidad es el extremo opuesto a la figura del poder. Me gusta mucho esa idea, aunque cada vez la veo más representada como estrategia utilitaria en desprecio de su sentido poético.
La subversión me había parecido la única posición de dignidad y de sobrevivencia crítica ante el poder como sistema. En este tiempo me lo deconstruyo y cuestiono como pragmática tradicional de reflexión política. Me pregunto si existe una dicotomía entre el acto de lo personal y el acto del poder o más bien es un rizoma. Creo que si lo llevamos al análisis cultural con la metodología que propone Mieke Bal y la semiótica analítica de Pierce, las combinaciones y conexiones se vuelven más complejas, invisibles, expansivas, relativas. Surgen preguntas que no buscan apresurar las respuestas: ¿será que el ejercicio del poder repercute en la determinación de lo íntimo y lo privado? O, ¿cómo se configura el poder en lo público desde el ámbito privado? Mis actos privados se delimitan con mis ejercicios de poder en lo público.
¿Recuerdas cómo surgió el proyecto de la galería emergente en el Parque Fundidora, el espacio expositivo que llamamos “el móvil”? Tú fuiste quien articuló aquel acto artístico colectivo a partir de una idea suelta que nos lanzó Humberto para mirarnos colectivamente. El móvil fue la premisa curatorial que decidimos trasladar a la espacialidad para incidir en el tiempo. Recuerdo las obras del propio Humberto Chávez, Alejandro Cartagena, Iván Manríquez, Aristeo Jiménez, La Negra, Adriana Zárate, Mina Bárcenas. ¿Tú también expusiste obra?, ¿quiénes más estuvieron ahí? Sin duda juntos, con aquellos artistas y sus obras en colectividad, se estaba declarando algo importante desde un lugar con proporciones imperfectas pero suficientes para incidir. La intención fue hacer posible un espacio para exponer arte contemporáneo con una curaduría sin compromisos con grupos de élite y de poder, accesible para los artistas emergentes con obra de calidad y cualquier otra propuesta artística sustancial.
Te diré que detrás de aquel ejercicio artístico se movió una maquinaria de poder perteneciente al ámbito cultural institucional. Al decidir abrir aquella galería estábamos dispuestos a tocar dinámicas del poder cultural en un circuito que privilegiaba los proyectos artísticos legitimados ante otros que pudieran provenir de procesos más orgánicos. El Centro de las Artes de Monterrey tenía (creo que sigue teniendo) la tendencia a reservar los espacios de exhibición a quienes tuvieran un nombre artístico que funcionara casi como una marca registrada, una trayectoria con gran reconocimiento social. Cuando empezó a operar el proyecto de formación, producción e investigación artística en la Antigua Escuela se nos dijo que ahí no se expondría arte, que no debían llamarse exposiciones, si acaso muestras de alumnos. El proceso nos llevó a entender y activar de otra manera la plataforma para la ciudad que habíamos construido de forma colectiva. Si se pretendía incidir en lo artístico era necesario mostrar el arte como premisa.
Creo que había la intención de realizar un acto subversivo al crear este espacio como dispositivo para la ciudad, un acto instituyente, pues era una acción alternativa dentro de un esquema institucional representado por CONARTE y su joya de la corona expositiva: el Centro de las Artes. Te recuerdo dando todo tu tiempo y entusiasmo, creías en el proyecto, fundamental para que aquello fuera posible. Habíamos previsto que tú fueras la curadora en jefe, pero igual invitar a otros curadores; que la ciudad tuviera un nuevo espacio para dar cauce y difusión a la producción de arte contemporáneo de forma ágil, flexible, transversal. Creo que ese proyecto aún es necesario, tiene una potencia de dispositivo cultural que debería experimentarse. Hacen falta otros ejercicios de micropolítica. La política es el mecanismo de equilibro del poder.
Dice Michel Onfray: “Un dispositivo en función de su inscripción en un determinado orden que hay que reproducir nos remite a la noción de relaciones de saber/poder y al campo de relaciones de fuerzas que las constituye como tales en determinado momento histórico; un dispositivo para Deleuze, implica entonces una línea de fuerzas que van de un punto singular al otro formando una trama, una red de poder, saber y subjetividad. En el sentido de Deleuze; somos el dispositivo.”
Estoy mirando por la ventana y veo pasar el tráfico de coches y peatones, entre ellos veo que pasa una motocicleta negra, de ésas tipo motoneta, pienso en aquella pieza que fue parte del proyecto inicial del móvil, una obra de Marcela Quiroga. El tiempo y el poder te sitúan a distintas distancias de las personas y las obras artísticas.
Te envío un abrazo virtual y una sonrisa sincera, maestra Yolanda Leal